OPINIÓN

Miguel Delibes y el Mochuelo

Josep Maria Aguiló | Sábado 01 de junio de 2019
En la infancia solemos experimentar casi todos sensaciones iniciáticas muy intensas que en la edad adulta suele resultar ya casi imposible volver a sentir, como por ejemplo el descubrimiento de la literatura, primero a través de los cuentos y después gracias a las novelas o a la poesía.

En mi caso, todavía recuerdo la primera vez que leí «Platero y yo», de Juan Ramón Jiménez; «La busca», de Pío Baroja, o «El camino», de Miguel Delibes. Y recuerdo también lo inmensamente feliz que me sentí entonces, cuando Platero, Manuel o Daniel, los protagonistas respectivos de cada una de esas obras, entraron a formar parte de mi vida, en la que con el tiempo acabarían quedándose ya para siempre.

Así ocurrió con Daniel, el Mochuelo, tras la lectura de la novela «El camino». Quienes la conocen saben que Daniel era un niño un poco travieso que vivía en el campo y que no quería irse a estudiar a la ciudad, pese a los deseos de su padre. El Mochuelo es uno de esos amigos que a uno le hubiera gustado tener cuando era un niño, compartiendo amistad con sus compañeros Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso. Muy posiblemente, nos hubiera gustado poder corretear también con ellos de aquí para allá o hablar en algún momento de los misterios de la vida o de la tenue luz de las estrellas.

Siendo Delibes muy diferente a Juan Ramón o a Baroja a nivel de estilo, hay varios puntos en los que los tres coincidían esencialmente. Así, además de tener el don y la magia de la escritura, poseían también una sensibilidad extrema, una visión más bien algo melancólica de la vida y una profunda compasión hacia los seres más desvalidos o desprotegidos. De ese modo, podemos considerarles hoy no sólo como indiscutibles maestros literarios, sino también como buenos referentes a nivel ético, porque leer sus obras más destacadas puede contribuir a que intentemos y queramos ser también mejores personas.

A esos tres grandes autores españoles les debemos algunas de nuestras mejores horas como lectores, que es casi como decir de nuestras mejores horas en el transcurso de nuestras azarosas vidas. Por ello, el mejor homenaje que quizás podamos rendir hoy a Delibes, a Juan Ramón o a Baroja sea seguir leyéndoles y recomendar su lectura a las personas que aún no les conocen. En el caso de «El camino», la recomendación sería para que esos futuros lectores puedan contar pronto entre sus nuevas amistades con ese niño esencialmente bueno, aunque algo rebelde, de nombre Daniel y de apodo el Mochuelo.

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