En el ámbito deportivo, se acostumbra a calificar de 'minutos de la basura' los que transcurren entre que el resultado es ya irreversible y el final del tiempo reglamentario.
Los españoles, pues, estamos viviendo las semanas de la basura del proceso electoral. Porque, por si no lo saben, la campaña aún no ha comenzado y, sin embargo, la mayor parte de los ciudadanos ansiamos ir a votar ya para acabar con la tortura de los actos institucionales que encubren propoaganda electoral y la retahíla de majaderías ocurrentes de determinados partidos. Y nos quedan aún dos meses...
Esta semana, nuestro ministro-astronauta, Pedro Duque, nos visitó de forma supuestamente institucional, algo que no había hecho desde la asunción de su cargo. Para venir a Mallorca ha tenido que esperar a que estuviéramos a cinco semanas de los comicios. La Junta Electoral prohibió su acto público más genuinamente promocional, programado en la UIB, pero le permitió su mitin-conferencia en el club del principal medio de la prensa afecta, donde glosó los hitos de sus nueve meses de mandato. Es decir, habló de la nada.
No será el único ministro del Gobierno que nos visite antes del 28 de abril, o quizás sí, porque en realidad les interesamos bien poco durante los restantes 47 meses de cada legislatura.
Abascal, por su parte, quiere armarnos hasta los dientes para protegernos de la escoria inmigrada y delincuente. Trump, a su lado, es un centrista inofensivo. El think-tank ultra está que se sale, y cada día nos sorprende no solo con la última ocurrencia de su jefe, sino también con algún fichaje gore, exmilitares nostálgicos, negacionistas del holocausto, reciclados de Fuerza Nueva y prendas de este tipo. Les falta solo un terraplanista del KKK. Empiezan a tener verdaderamente acojonado al personal. Si en lugar de cinco semanas quedasen cinco meses para los comicios, su globo estallaría, aunque sea solo por la cantidad de memeces que son capaces de insuflarle a diario.
No se quedan atrás Torra y la república imaginaria de su casa. Los soberanistas están degenerando hasta límites cómicos. De los sentimientos de respeto, temor y hasta de odio que provocaban hace unos años, a la ternura que infunden actualmente. Poner en manos de dos iluminados las legítimas aspiraciones políticas de muchos ciudadanos está arruinando por completo el crédito del que décadas atrás gozaba el catalanismo, incluso en la Corte. El procés se ha infantilizado. Basta observar las rabietas del Molt Honorable a cuenta de las pancartas y los lazos en edificios públicos de Cataluña. En lugar de hablar de ideas y soluciones, juegan al escondite con la Junta Electoral. Patético.
Lo dicho, pónganse cómodos que aún nos queda por venir lo mejor. Cinco semanas, horreur.