OPINIÓN

Temporada de terraza y solecito

Beatriz Vilas | Jueves 28 de febrero de 2019

Tras un mes de febrero que más parece primavera que invierno, hoy leo en nuestro querido mallorcadiario, un artículo curioso.

Desde el impulso que dio en 2011, el entonces alcalde Mateu Isern, a las terrazas en Palma, la tasa por establecimiento de terrazas en las aceras, plazas o paseos ha generado la friolera de 11 millones de euros en impuestos, los cuales han ido a parar a las arcas del estado palmesano.

Y es que, todo hay que decirlo, no hay nada como tomarse un cafecito en pleno mes de febrero, abrigado con un buen atuendo y notando el solecito en la cara.

Un sol que nos inunda de energía y nos aporta tranquilidad, aunque sea por unos instantes, mientras degustamos una rica consumición, que dicho sea de paso, también nos la cobrarán a precio de oro.

Son pocos los pequeños placeras de la vida cotidiana y desde mi humilde opinión, muy pocos tan gratos como esa sensación que da, el sentarse tranquilamente, en buena compañía o sola, en una terracita a alimentarnos del sol, ya que de momento, no nos cobran por ello, aunque todo se andará.

Respirar al calor del solecito, bajo esas maravillosas terrazas invernales, recordando los momentos veraniegos que en breve llegarán a nuestra ciudad, charlar tranquilamente con amigos, disfrutar de esos momentos es en lo que consiste parte de la felicidad.

Y poco más podemos esperar en un momento tan convulso de cambios constantes en todos los terrenos, como el que estamos viviendo.

Cuando ponemos las noticias y oímos como va el país, todo son reclamaciones, ofensas y problemas, así que tendremos que empezar a disfrutar como bien nos explican los expertos del mindfulness, de los pequeños instantes de los que están hechas nuestras vidas.

Porque es cierto que, antaño, dedicábamos el tiempo a soñar sobre nuestro futuro, a pensar en lo que harías cuando tuviéramos más edad, o cuando nos compráramos esa casa o los niños hubieran crecido, pero hoy en día, en una sociedad que nunca sabemos que nos deparará, que la estabilidad ya no existe y en la que la única constante es el cambio, los pequeños momentos de placer son los que nos quedan por vivir.

No podemos aspirar a grandes planes de futuro porque hoy pocas cosas duran mucho, no podemos prever lo que haremos dentro de un año, porque tal vez ya no estemos en ese trabajo que tenemos ahora, o hayamos cambiado de pareja o de ciudad.

Y es cierto que esto siempre ocurrió y se producían cambios en nuestras vidas, pero estos cambios no eran tan rápidos y constantes, sino que las cosas duraban más. La lavadora o el televisor que comprábamos te duraba una década como mínimo y ahora todo dura poco, incluso tenemos un nombre para eso, obsolescencia programada, hablando en cristiano, “fecha de caducidad”, donde una “sal del Himalaya” con 10.000 años de antigüedad, tiene fecha de caducidad para dentro de un año.

Así que nada, tendremos que acostumbrarnos a disfrutar de los pequeños placeres de la vida, una cena con amigos, un paseo por la playa y de disfrutar de las terracitas de Palma que tanto dinero dejan a nuestro ayuntamiento y a llevar a rajatabla el “a vivir que son dos días”, o ¿dentro de poco será uno?.


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