La situación del conflicto es tal, que verdaderamente me parece necesaria una figura que medie entre las partes contendientes, alguien con experiencia y prestigio reconocido que ponga orden al debate y delimite las reglas del juego. Estoy también plenamente de acuerdo con que no es necesario en absoluto acudir en su búsqueda al extranjero, pues España cuenta con multitud de autoridades académicas, institucionales y profesionales, que, desde posiciones de estricta neutralidad, pueden ejercer ese arbitrio justo que permita llegar al final del camino a acuerdos duraderos.
Es obvio que las estructuras vigentes no permiten un diálogo franco tal que permita superar este embarrancamiento y desinflar el insoportable grado de tensión e intoxicación informativa y las descalificaciones mutuas subsiguientes. Hay, pues, que acudir a nuevos foros, más flexibles, que no estén encorsetados por la normativa de aplicación, que, como todos sabemos, en democracia puede modificarse tanto como lo permitan las mayorías.
El relator, pues, no puede ser en este caso un simple notario o guionista de las negociaciones, sino que ha de participar activamente en la búsqueda de pactos, limando asperezas, cepillando aristas, poniendo el acento en los errores de partida de unos y otros y destacando los avances que se vayan logrando, aunque sean tímidos.
Seguramente se me criticará duramente por esta opinión, pero definitivamente creo que entre Pedro Sánchez, su gobierno y sus aliados y el bando opuesto, es decir, el de Felipe González, Alfonso Guerra, Soraya Rodríguez, Emiliano García-Page y Juan Carlos Rodríguez-Ibarra, entre otros, debe comenzarse inmediatamente una labor de mediación, nombrando cuanto antes un relator que trate de sentarlos a la mesa de negociación y ponerlos de acuerdo, porque, de lo contrario, pienso que el PSOE camina a paso firme hacia el desastre.