OPINIÓN

Monarquía o república

Marc González | Viernes 03 de agosto de 2018

Ignoro si existe algún caso en el que la transición de un régimen monárquico a uno republicano sea fruto de la reflexión y del devenir natural de la evolución política de un pueblo, pero albergo la convicción de que eso sería lo deseable.

Lo más parecido que me viene a la mente es el referéndum italiano de junio 1946, en el que el norte rico impuso la forma republicana al sur pobre con una mayoría del 54% y envió a Umberto II -el apodado 'Rey de mayo' por su efímero reinado- al exilio definitivo. Sin embargo, ese proceso también surgió del resentimiento social hacia una monarquía que había hecho el caldo gordo al régimen fascista de Mussolini.

Las repúblicas americanas del norte y del sur fueron consecuencia de su proceso de descolonización e independencia. La república francesa nació cortando cabezas. La república de Weimar, de los rescoldos y la humillación de la I Guerra Mundial.

Las dos repúblicas españolas nacieron también de sendos desastres: La primera, de la abdicación de Amadeo I de Saboya, harto de intentar entender un país que era un enjambre de luchas fratricidas; la segunda, del ocaso del régimen de la Restauración, con un Alfonso XIII que consintió una dictadura militar mientras él se dedicaba al dolce far niente. Cierto es que el advenimiento de esta última vino precedido por una victoria de las fuerzas republicanas en las principales capitales españolas en las elecciones municipales de 1931. Pero tampoco hubo jamás un referéndum Monarquía-República.

Excuso contarles al detalle lo que supuso nuestro último experimento republicano, porque todos ustedes saben cómo acabó el invento. Solamente les recordaré que, sin contar los siete gobiernos de la Guerra Civil -incluido el Consejo Nacional de Defensa de Casado-, la mitificada II República Española contó con 20 gobiernos distintos -veinte- en un período de poco más de cinco años. Entre febrero y julio de 1936, el rememorado Frente Popular, que tanto pone a los podemitas, tuvo cuatro gobiernos diferentes.

Naturalmente, la izquierda se cuida mucho de hablar únicamente de los avances en materia de construcción de infraestructuras escolares y del intento de reforma agraria de 1932, que fracasó. No habla siquiera demasiado del derecho a voto femenino, porque sobre ella pesa la vergüenza de haberlo frenado hasta la aprobación de la nueva constitución por su reticencia a otorgárselo -vencida solo gracias a la presión de las diputadas sufragistas-, al vincular a la mujer al conservadurismo, prejuicio que no iba muy desencaminado porque en las primeras elecciones en que votó la mujer (1933), venció la derecha.

Pero, en general, y pese al entusiamo de mucha gente, la república fue, de principio a fin, un auténtico caos, que por desgracia desembocó en la Guerra Civil.

Y si algo deberíamos aprender de la historia es a no repetir los escenarios que nos han deparado tanto sufrimiento.

Por eso, el debate entre monarquía o república en nuestro país, que es muy legítimo y tiene mucha miga, no puede introducirse en un momento en que peligra la integridad del Estado, en que nuestro parlamento está tan fraccionado y cuando no hay una sola fuerza política capaz de liderarlo.

La III República, si es que llega, debiera hacerlo como fruto de un gran acuerdo entre las principales formaciones políticas, mediante una reforma constitucional muy mayoritaria, difiriendo la transición a un momento posterior -por ejemplo, al fin natural del reinado de Felipe VI- y dejando al monarca fuera de todo tipo de hostilidades, a las que tan aficionados se muestran la izquierda antisistema y el independentismo catalán. Para ser un republicano convencido no es necesario expresar odio hacia quien actualmente encarna la jefatura del Estado, antes al contrario, ese concepto de república espanta a muchos españoles moderados que no se sienten especialmente monárquicos.

Si volvemos a caer en errores del pasado, es muy posible que los resultados sean tan trágicos como entonces. Y eso sí que no podemos consentirlo.


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