Los taxistas de Barcelona han demostrado esta semana cómo defienden su negocio de la competencia y de los nuevos productos sustitutivos aparecidos al albur de las nuevas tecnologías.
La irrupción en el mercado de los vehículos de alquiler con conductor (VTC), con una propuesta de valor más atractiva que la suya, está generando violencia entre los taxistas y esa no es la manera de arreglar su problema. Un problema que, dicho sea de paso, es de grandes dimensiones y puede llevarles a la desaparición si no reaccionan como toca.
Cuando un emprendedor pretende entrar en un negocio debe valorar en su DAFO las amenazas y oportunidades del sector. En los tiempos que corren, la evolución tecnológica siempre debe aparecer. Si se obvia, será una amenaza. Aunque también puede ser una oportunidad si se sabe aprovechar.
Paralizar una ciudad con huelgas, colapsar las vías con marchas lentas o ir a la caza de “cucarachas”, como los taxistas llaman despectivamente a los vehículos de Uber o Cabify (por su color negro y por considerar que son una especie invasora), no va a parar el progreso.
Es inadmisible patear, rociar de espray los vehículos (y también a las personas) o zarandear a los ocupantes de la competencia. Eso es lo que hemos visto estos días en la huelga de Barcelona. No les ha hecho desistir en su violencia, ni siquiera, el hecho de que había una niña en el interior del vehículo.
Al futuro no se le lucha con negación y oposición. O te subes a la ola o te ahogas en ella. Unos luchan contra la competencia con creatividad y apostando por la innovación. Otros sacan el espray.
Todos los sectores económicos dependen cada vez menos de lo físico y se están volviendo más digitales. La sociedad está pasando inexorablemente de los átomos (lo tangible) a los bits. La transformación fue más inmediata en unos sectores que en otros. Por ejemplo, la música, el correo postal, la prensa y los libros sufrieron cambios irreversibles. En los dos primeros, la digitalización fue devastadora. Ya casi nadie compra un vinilo o un CD y menos, escribe una carta en papel.
Aunque siempre quedará un público para la lectura de un libro o un periódico, la prensa y los libros digitales han ido en aumento. Los editores de periódicos en papel se han visto obligados a sumarse al mundo digital y, no por ello, han ido a quemar las sedes de los diarios digitales ni la fibra óptica por la que viajan sus contenidos.
El modelo de negocio del taxi también está sucumbiendo a la digitalización. Hasta que no se invente el teletransporte de las personas, lo que se está digitalizando es la contratación del servicio a través del móvil. Pero lo que sí llegará, más pronto que tarde, será la “digitalización” de los conductores que serán sustituidos por un software formado por líneas de código (bits) e inteligencia artificial. Ceros y unos en lugar de células. Los vehículos sin conductor serán una realidad en unos años. Los taxistas no tendrán a quien provocar ni con quien pelearse. Esa será la muerte, no solo del taxi sino de la industria automovilística, tal y como la conocemos.
Llamaremos un vehículo, nos vendrá a buscar y nos llevará al destino, cobrando por el tiempo. Pago por uso. Este gesto se extenderá a todos nuestros desplazamientos. Nuestros nietos no comprarán un coche ni tendrán necesidad de sacarse el carné de conducir. Esto no se para ni con espray.
Volviendo al presente, hasta la aparición de las “cucarachas”, el sector del taxi ha sido un monopolio público (los ayuntamientos son los que otorgan licencias) pero gestionado por agentes privados. Como monopolio que ha sido hasta la entrada de Uber y Cabify, no existía un aliciente para dar un buen servicio. Eso no quiere decir que algunos no lo dieran pero no todos lo hacían. Como en todo monopolio había casos de posición dominante.
Por no hablar del precio. Tradicionalmente se ha considerado desmesurado en comparación al servicio recibido por parte de los usuarios del taxi.
En general, ha existido una demanda insatisfecha y éste ha sido el caldo de cultivo para la aparición de los nuevos agentes en el mercado: las "cucarachas". Solo hacía falta que se inventara el Smartphone y mejoraran las comunicaciones.
Tras años de malas experiencias de algunos usuarios del taxi, aparecen quienes ven en el ofrecimiento de un mejor servicio a un menor precio, una oportunidad de negocio. Se ofrecen mejoras tanto en el vehículo como en el conductor. Coches limpios, con buen olor, ordenados, sin fotos de familiares, sin escudos de clubes de fútbol o sin estampas religiosas empiezan a surcar las calles. Se empiezan a ver conductores bien uniformados y maqueados, con una sonrisa y un saludo al subir el cliente y una despedida al bajar. Conductores que piden amablemente si molesta la música o el aire acondicionado.
El precio también era susceptible de mejora. Ofrecer un precio ajustado a la carrera y cerrado de antemano disminuye la incertidumbre del consumidor y evita ciertos abusos acontecidos en el pasado.
Luego se permite la valoración del servicio recibido. Una valoración negativa pesa mucho a la hora de futuras contrataciones con ese vehículo.
No digo que todos los taxistas fueran iguales pero, al ser monopolio, algunos habían relajado la autoexigencia de dar un buen servicio.
La entrada de competencia en un sector monopolístico debe ser un aliciente para que los taxistas desarrollen técnicas de mejora en la calidad de su oferta. Oponerse a los cambios, buscando el cobijo en el sector público es un error. Paralizar las ciudades o apalear “cucarachas”, crea el efecto contrario al perseguido. Muchos comentarios en las redes traslucen el descontento de los, hasta ahora, usuarios del taxi. Muchos han decidido pasarse a Uber o Cabify tras las imágenes de la huelga. Por solidaridad o por rechazo a los violentos.
Los taxistas baleares parece que han sabido entender mejor que otros los cambios en el entorno. Han puesto en práctica aquello de que si no puedes con tu enemigo debes unirte a él. A través de una sociedad han adquirido 700 licencias VTC (como las de Cabify y Uber) para operar de la misma manera. Un movimiento inteligente. "Al menos retenemos el negocio", dicen los que ven que el futuro va por ahí. Sabia afirmación. Aunque también han surgido algunos involucionistas que han calificado esta medida como de traición.
Pero no siempre el perjudicado de estas huelgas es el cliente local. Entre la huelga de Ryanair, la de los taxistas, las manifestaciones de turismofobia y el despertar de destinos turísticos competidores se lo estamos poniendo cada vez más difícil al turista. Luego vendrán las lamentaciones.