OPINIÓN

Queridos abuelos

Francisco Gilet | Miércoles 04 de julio de 2018

Se dice que en los momentos de crisis, social o económica, el gran apoyo se halla en la familia y, especialmente, en los abuelos. Esos hombres y mujeres que, se han ido ajustando a los tiempos y a sus edades para cumplir con su función, primero de padres y luego de abuelos. En gran medida, antes padres, dedicaron sus esfuerzos a levantar una España hundida por una guerra fratricida y, en su momento, supieron trasladar a sus hijos el testigo de una nueva etapa plena de libertad y coherencia histórica. Dos generaciones, hijos que supieron ser magníficos padres, para luego ocupar el espacio de unos abuelos que ocuparon los espacios de niñeras, de chofer, de caja de ahorros, de agencia de viajes e incluso de hotel de pocas estrellas. Y todavía siguen en ese devenir, mientras contemplan, pasmados, como, de un lado, un grupo de políticos de tercera generación se esfuerzan en que la sociedad acepte que la eutanasia es el mejor medio para que esos «abuelos» no sufran y tengan «derecho» a una muerte digna. Es decir, que, ahora, ante el momento en que ya no sean útiles, que sean un gasto sanitario, hay que agradecerles los servicios prestados e impuestos pagados, aliviandoles, por ley, el quehacer de «fallecer».

En algunos momentos se llega a pensar que el socialismo es una cultura de muerte, sea aborto libre, sea eutanasia. Obviamente el comunismo no ofrece duda que, cultivado en las checas, en los gulags, o en las lubiankas, no resulta extraña su afinidad con todo lo que signifique muerte; lo que no se comprende es que el PNV se sume a la implantación del derecho de marras. Ciudadanos es un gel que se acomoda a toda cuanta botella se le presente, manteniéndose sordos ante las manifestaciones de abuelos, que, después de aportar durante años, lo que desean es «no molestar» y que les dejen tranquilos. Pero, no, a tal deseo la respuesta es el DMD, que, disfrazado de supuesta caridad, no hace sino convertir a los abuelos «limitados» en una carga que no debe asumirse por el Estado, dueño y señor de vidas y haciendas al más puro estilo medieval para el socialismo y el comunismo españoles. El agradecimiento por los «servicios prestados» es aliviar a las arcas estatales del mantenimiento de una generación convertida en la extensísima base de la pirámide poblacional. A quienes no desean tener hijos, ahora les sobran los abuelos.

El socialismo español, con el apoyo incondicional del mismo leninismo prohibido en Alemania, está persiguiendo configurar una nueva civilización; baja natalidad, eutanasia activa o pasiva, aborto libre, puertas abiertas a la inmigración ilegal no hispana, familias numerosas españolas despreciadas, ayudas a mansalva al inmigrante no occidental, sanidad universal sin tributación previa, pensiones de miseria e impuestos brutales a la clase media. Tal política provoca un panorama de lo más desolador para los actuales nietos que, en veinte años, tendrán que sostener, social y tributariamente, al Gran Hermano, dueño y señor del estado de bienestar socialista, sin un solo euro para la financiación de los cuidados paliativos. Es decir, socialismo y comunismo, en vez de matar el dolor y el sufrimiento, prefieren matar al paciente sufriente. Sufrimiento y dolor que, como en Holanda, darán paso a los achaques normales de la vejez serán como suficientes para pedir y obtener la inyección letal. El aborto en 1985 entró en base a tres indicaciones; ahora, es un derecho.

Y, en el gran entramado que todo lo anterior representa, el trasfondo que se persigue no es sino la destrucción de un sistema, de una civilización, producto del esfuerzo de esos padres, antes, abuelos, ahora, que supieron dar un salto en su historia, olvidar guerras y guerrillas, fosas y checas, paredones y paseos, para abrir España a un tiempo nuevo. Sin embargo, llegado ZP parece que ese esfuerzo fue vano. A la Alianza de civilizaciones con el sátrapa Erogan, le ha seguido un revanchista socialista y un ambicioso leninista. Ahí está el anuncio de la exhumación de los restos de Franco, como gran aspiración de todo el pueblo español, según Sánchez e Iglesias. Poco importa que una mayoría de ciudadanos lo considere una inutilidad, cuando lo que sí interesa es pagar parte de los diezmos de la moción, desde el lado socialista, y encrespar los sentimientos de los ciudadanos, por el bando marxista. Éste sabe que ningún gobierno comunista ha salido de unas urnas, sino por encima de ellas. Y esa es su aspiración; destrozar el sistema mediante el guerra civilismo, la desvalorización de la sociedad, el vaciamiento de tradiciones históricas y el establecimiento de un nuevo orden fundamentado no en el hombre, sino en el Estado, dueño y señor de la gleba, ahora conocida como «gente». Para tal objetivo no hay límite alguno, todos los instrumentos son válidos y todos los medios están permitidos. Obviamente, oponerse a sus fines es caer en el fascismo, en el franquismo trasnochado o en la villanía de lo antidemocrático. Paradójicos gritos surgidos de gargantas de descendientes ideológicos del «seminarista» Koba y del «gigoló» Lenin; éstos sí verdaderos «abuelos queridos».


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