Desde que la amante del rey Luis XV, Madame de Pompadour, hizo uso de los lazos «nudo de amor» en el siglo XVIII, estas pequeñas cintas de tela se han convertido en un símbolo del apoyo a una causa social. La proliferación del empleo de estas expresiones de solidaridad ha provocado que algunos lazos sean bicolores o que un mismo color represente objetivos bien distintos, hasta parecer conveniente la edición de una guía que facilite la comprensión adecuada de cada señal de apoyo.
Los emojis, emoticonos o ideogramas usados en mensajes electrónicos y sitios web son innumerables, pero la App más popular contiene más de 1.500 de estos caracteres, que son empleados con regularidad en la masiva correspondencia cotidiana (el último día del año pasado WhatsApp totalizó 75.000 millones de mensajes), pero solo incluye un lazo y es de color amarillo. El mismo símbolo que este jueves adornaba el respaldo de los escaños de Toni Comín y Carles Puigdemont, es el que se emplea internacionalmente para representar el Día Mundial contra la endometriosis, aunque fueron los senadores de la extinta Convergència i Unió, en octubre de 2014, los que primero lo emplearon dentro del proceso soberanista catalán, para reivindicar su derecho de autodeterminación. Tres años más tarde, el encarcelamiento de sus presidentes provocó que la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural hicieran uso de lazos amarillos para reivindicar la liberación de los «presos políticos» catalanes. En la precipitada primera sesión de investidura del candidato Jordi Turull solo el lazo amarillo fue lo que unió al bloque secesionista, que se desintegró por las exigencias de la CUP frente a la debilidad de ERC y JXCat por la nueva comparecencia de seis investigados ante el juez Llarena, instructor del Tribunal Supremo, que podría retenerles entre rejas e impedir que se celebre este sábado una nueva sesión en la que bastaría la mayoría simple (estéril si CUP mantiene su abstención o no renuncian a su aforamiento los diputados fugados a Bélgica). Al menos, el intento del que fuera consejero de Presidencia y último portavoz del Govern hasta su destitución por la aplicación del Art. 155, hará posible que corra el reloj hacia nuevas elecciones en julio, si a la tercera no llega la vencida.
Se siente gran tristeza al comprobar como el futuro de siete millones de catalanes queda en manos de 34+32+4 parlamentarios, que ninguno representa a la fuerza más votada, solo unidas por la débil conjunción de un lazo amarillo, cuando sus ideologías son dispares, si no antagonistas. Una fragilidad que también se expresa en la interlocución estatal, con un partido en el Gobierno que trata de liberarse de la progresiva persecución de la formación que le da apoyo institucional o una oposición desnortada y oportunista.
Es probable que la frivolidad circense de algunos grupos o la simple apariencia en la que se ha convertido el noble ejercicio de la política haya llenado de símbolos la solapa de activistas y simpatizantes, obviando el imprescindible sentido de Estado que precisa un país sostenible e inutilizando la eficacia gestora de nuestros representes que, mientras miran de reojo los resultados demoscópicos, no saben o no pueden contestar a las necesidades reales de una sociedad, hastiada de cantos de sirena. Será difícil recuperar la confianza del electorado y alcanzar la necesaria regeneración democrática en España si quienes aspiran a dirigir nuestro destino no refieren un modelo de conducta ejemplar y solo saben sobreactuar, sin merecer nuestra admiración, además del respeto.