Creo que fue Javier Irureta quien lo bautizó como el fútbol rosa, pero el ex jugador de Boca Juniors, Villarreal y Argentina, Riquelme, ha sido aún mucho más gráfico según hemos podido leer en Marca. “Antes amábamos este deporte, hoy es más importante por dónde paseas al perro o quién es tu peluquero”, eso ha dicho y tiene toda la razón, aunque en este “cristal” hemos puesto el dedo en la llaga repetidas veces.
Aparte de esta realidad alentada por la invasión del periodismo amarillo en todos los ámbitos, incluyendo las redes sociales, hay otra tan o más preocupante debido a las crecientes exigencias de los futbolistas tratados como si fueran estrellas de Hollywood o ases de la canción. Manejar un vestuario se ha convertido en una tarea que requiere no solo un probado conocimiento técnico, sino el estudio de un verdadero master en “coaching” de grupos. Los egos vuelan por doquier como las dagas en “Tigre y Dragón” y equilibrar los de unos y otros es otra de las áreas accesorias que necesita dominar cualquier entrenador.
Los buenos resultados contribuyen a calmar los ánimos de todo el mundo, pero si vienen mal dadas entran en juego un montón de factores que escapan a todo control. En categorías inferiores alejadas del fútbol profesional la prensa del corazón tiene menos cabida, pero ya en cualquier plantilla de Segunda B e incluso Tercera, la sin razón de determinados jugadores y la presión de sus representantes pueden causar estragos.
Un joyero de Barcelona propuso hace unos años a una conocida figura exhibir en las duchas un reloj valorado en un millón de euros. Le saldría gratis si alguno de sus compañeros lo veía, se enamoraba de la pieza y acudía a comprársela. Y asi fue, salió tal como se había planeado. Vendió otros tres. Pero si quieren ejemplos más cercanos, ya les contaré alguno después de que haya terminado la competición.