Sí, se podría entender que Maheta Molango redujera los gastos de personal del Real Mallorca SAD para adaptarlos a su nueva realidad social y deportiva si no tuviéramos en cuenta el importe de su propia nómina y las de los directores financiero, deportivo y del fútbol base, entre otros. Cuando el CEO saca pecho por los buenos resultados obtenidos a lomos del técnico y los jugadores, debería antes hacer público el presupuesto del club y compararlo con el de los 79 inscritos en Segunda B y, en concreto, los 19 de su grupo. Ser líder e imbatido tiene mérito, pero adquiere carácter de exigencia.
No nos escandaliza el despido de los casi treinta trabajadores que han pasado por su guillotina con mayor o menor justicia, sino que tanto dichos ceses como las cláusulas de confidencialidad que se ofrece a los despedidos, causen un escándalo que, sin variación de fondo y forma, fue jaleado por la fauna mediática al uso y la corte celestial instalada en Son Moix. La baja de la secretaria de presidencia, que luego sería readmitida, provocó un revuelo de considerables proporciones en contraposición al de Damon Mark, orquestado algún tiempo después desde instancias ajenas aunque influyentes en el entorno de los inolvidables Claassen, Cerdá y Terrasa, este último firmante de seis folios de confidencias, antes de que fuera destituido por Vicenç Grande, a varias decenas de miles de euros la hoja.
Repito, el ere encubierto que lleva a cabo el consejero delegado mallorquinista sería justificable si la rebaja alcanzara tanto a ejecutivos como empleados, pero de otro lado, puede sentirse satisfecho en términos comparativos, porque si sus métodos hubieran sido aplicados por otros solo unos años atrás, más de uno hubiera sido crucificado virtualmente en la mismísima Plaza de Cort y sometido a un linchamiento, cuando menos en los medios de comunicación, sumarísimo. Y eso que dicen que cae mal, que si llega a caer bien cambian la cruz por un homenaje.