OPINIÓN

Goebbels era catalán

Francisco Gilet | Miércoles 18 de octubre de 2017

O esa es la impresión que da, en estos momentos, el estado del “pruces” que se viene anunciando desde hace meses, cuando no años. Se dice que Puigdemont no es tan maquiavélico ni está tan dotado de facultades como para haber tejido una tela de araña en la cual día a día, cacerolada a cacerolada, se está enmarañando el gobierno central. Sea o no cierto que el Goebels catalán responde por David Madi, un hombre prestado por Artur Mas al president, lo cierto es que, desde hace meses, el Gobierno, con Santamaría a la cabeza, va a la zaga de todas las actuaciones, acciones y estrategias del político catalán y sus confluencias. Ese ir detrás, ese tener que replicar, en lugar de ser replicado, nos ha llevado a un punto de difícil, por no decir imposible solución, si no se aparta del camino la constante pusilanimidad de Rajoy, influenciada por una Soraya que, está comprobado, es dueña de palabras y frases huecas pero yerma de voluntad emprendedora. El gobierno Rajoy perdió la iniciativa ante la estrategia del Goebbels catalán que mueve sus peones fanatizados con una antelación y eficacia muy superiores a cualquier intuición madrileña.

Todo ello sería fácilmente subsanable con un golpe de mano oportuno y demostrativo de que la democracia tiene sus límites, sin embargo, el Goebbels catalán ha logrado que sea asumible para medio mundo que “cuatro lobos y un cordero pueden decidir por mayoría a quién se tira a la parrilla”. Desde el instante en que la Comisión Europea anunció su apoyo al Gobierno español, al tiempo que lamentaba las formas de la policía y la guardia civil, algo debiera haberse movido en Moncloa, en el palacio de Santa Cruz. La alegada represión policial, vendida como forma de actuación del gobierno, el lamento de la falta de respuesta de ese gobierno a la petición de diálogo de las instituciones catalanas, la contestación sin contenido al requerimiento de Moncloa, está teniendo su remate con el encarcelamiento de los verdaderos instigadores de la revuelta separatista, convertidos en “presos políticos por ideas” con sus huestes ocupando la calle. Al tiempo, Iceta reniega de Sanchez y la Vicepresidente insiste en su reclamo de retorno a la legalidad, cuando su interlocutor se ha saltado todas las formas y todas las legalidades que le han salido al paso para asaltar la puerta de salida que le conduce a la independencia. Para él ni la ley ni la justicia son impedimento alguno, sino, por el contrario, medios para ir socavando el prestigio de un gobierno que se refleja en el retrovisor del vehículo separatista que, sin hacer caso de semáforos rojos, ni stops, sigue su recorrido con la marcha automática. Y Europa, nos contempla, mientras se harta de crear en las redes sociales encuestas sobre que piensa el ciudadano, sea el que sea, acerca de si le parece bien que una Cataluña, en gran parte desconocida, goce del derecho a desgajarse de un Estado represor, usurpador, y negador de los derechos y libertades de los catalanes, fuera de los cuales todos son fascistas. La pinza instalada por el Goebbels barcelonés entre la Generalitat y los medios extranjeros está oprimiendo las sienes de Soraya, sin que ésta ni tan siquiera sea capaz de levantar su melifluo tono de voz para zafarse de ella.

Felipe González, en el Congreso, rodeado del caso Roldan, caso Gal, caso BOE, se levantó una tarde, y dirigiéndose a Aznar, le dijo; “Sr. Aznar, usted tiene un problema en Baleares”, y al cabo de unos meses explotó el túnel de Soller con el final conocido. Eso es poder, el poder de un gobierno ejercido para un fin político deseado y deseable. Soraya tiene ese poder, incluso mayor atendido los medios actuales; sin embargo, su gobierno, el de Rajoy, es asaeteado por todos lados, sin que se levante almena alguna que detenga los dardos. El poder también se ejerce en los medios, en las redes sociales, en las calles y plazas, no solo en el BOE. Pero Soraya, dueña del CNI, dueña de la Policía Nacional, de la G. Civil, de Prisa, de TVE, de Antena 3, de la Cuatro, de todas las webs creadas o por crear, ni paró el referéndum, ni encontró las urnas, ni recogió papeletas, ni previó la pasividad de los Mossos, ni los movimientos alborotadores de las huestes de Omnium y ANC, ni muchísimo menos se adelantó a las previsibles acusaciones de policía represora, de guardia civil infractora de los derechos civiles, de la acusación de régimen franquista, o sea fascista. Y por no hacer, ni tan siquiera correspondió con su actuación a la gallardía de los guardias civiles acosados en sus hoteles o insultados y vejados en los barcos atracados en el puerto de Barcelona. Y entretanto todo eso iba sucediendo, a la firma, con luz, cantautores y cámaras, de una declaración de independencia, se respondió con un requerimiento de sí o no había existido esa declaración que, documentalmente, recorre las páginas de todos periódicos digitales. La pasividad gubernamental sigue, adornado con palabras huecas, entrevistas susurradas y citas secretas, que son incapaces de provocar en los inmaduros políticos catalanes el temor de que son ellos el cordero que puede caer en la parrilla. No hay lobos en la lontananza, y las empresas huidas de Cataluña, no solucionarán el desvarío independentista. Si Rajoy, Soraya, Arriola, están en la creencia que el “pruces” se soluciona con economía, no harán sino permitir que el huevo de la serpiente independentista siga siendo incubado por políticos, profesores y un millón de voluntarios. Y los restantes españoles, nos preguntaremos para qué habrán servido cuarenta años de una Constitución surgida de la madurez política, aparte de un simple intervalo pacífico en la historia de un país conocido como Hispania, cuyos pobladores un buen día decidieron que no querían ser corderos musulmanes sino lobos cristianos.


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