Alejandro Vidal | Miércoles 20 de septiembre de 2017
Los sentimientos forman parte del patrimonio personal e intransferible de una persona, pero nadie puede creerse su único dueño, lo que le convertiría en su secuestrador, ni justificar con ellos un comportamiento anómalo. Entra en contradicción quien con una mano deplora la desgracia de sus compañeros mientras con la otra sirve a la causa de quienes la provocan. Lamentablemente hay demasiados ejemplos ilustrativos de la confusión y de aquellos que han sacrificado su dignidad en aras del servilismo al que se llega por un afecto tan profundo como mal entendido.
Algo de eso se da cuando un futbolista recién fichado besa el escudo de su nuevo equipo o declara haber cumplido el sueño de su vida que, de otro lado, tiene más que ver con el importe del contrato que con el color de la camiseta. Pero en el mejor de los casos la enardecida pugna por la victoria no exime de cumplir el reglamento como la mejor forma de respetar los principios del club que compite. Esta última reflexión, no la del primer párrafo, debería ser asumida por el cuerpo técnico y plantilla del Atlético Baleares que, en solo cinco partidos, han sido sancionados de forma contundente por infracciones no precisamente técnicas. Tres partidos de suspensión a su entrenador, seis a un jugador en el banquillo y uno o dos a jugadores sobrepasados en el campo, es un bagaje excesivo cuando ni siquiera ha llegado el otoño.
Hubo un tiempo en el que la propia institución añadía un castigo al jugador amonestado o expulsado y en algún caso se le obligaba a pagar la multa correspondiente. Ahora el Real Madrid, otrora paradigma del señorío, propugna rebajar la pena de Cristiano Ronaldo por un desprecio evidente captado por la televisión y hasta ofrece apoyo jurídico si se trata de la presunta evasión de impuestos denunciada por la Fiscalía. Lo mismo vale para Messi o el Barça. Pero aquí no llegamos tan lejos, por desgracia. Estamos en Segunda B, pero no estaría de más sugerir a los dirigentes que no emulen las conductas de aquellos padres que, si su hijos reciben un castigo en el colegio, protestan contra los profesores.
Puede que el fin pase por encima de los medios, pero los sentimientos no.
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