OPINIÓN

Malos ejemplos en la Iglesia y el fútbol

José A. García Bustos | Sábado 27 de mayo de 2017

Motivos para escandalizarse y avergonzarse de algunos de nuestros conciudadanos hay muchos. Sobre escándalos en el mundo del fútbol han aparecido nuevos episodios: amaños en partidos de Segunda División; evasión de impuestos de estrellas del balón: Messi y Cristiano Ronaldo, por poner algunos ejemplos; blanqueo de capitales de Sandro Rosell, expresidente del Barça, etc. Una vergüenza por lo que ganan y por la proyección de sus actos entre jóvenes y pequeños.

No todos los futbolistas son iguales aunque algunos manchan el nombre del fútbol y la honorabilidad de los que actúan correctamente. Lo mismo ocurre con algunos clérigos que hacen avergonzar a todo el colectivo y al resto de la sociedad. Son casos aislados pero sus afirmaciones causan rubor solo de oírlas.

El último ha sido el obispo de Solsona que ha afirmado que la falta de una figura paterna nos hace ser gays a los hombres y lesbianas a las mujeres. Yo, que perdí a mi padre a los quince años, me pregunto cuánto de gay desarrollé tras desde ese fatídico momento. Aun sin salir de mi asombro por la afirmación, hago una introspección y observo que ni me inmuté. Ese hecho me convirtió en adulto y no dudé en ningún momento de mi orientación sexual. Eso sí, ese duro golpe dejó atrás mi inocencia adolescente para desarrollar, como nuevo cabeza de familia forzado, un sentimiento protector hacia los que me rodeaban.

Pero la del obispo de Solsona no es la única afirmación vergonzante entre los curas. Ellas, las monjas, son más prudentes. “algunos homosexuales se corrompen y se prostituyen. Os aseguro que encuentran el infierno”, “hay menores que desean el abuso y te provocan”, “la mujer tiene una aportación específica: dar calor al hogar” y “el sida es un acto de justicia” son exabruptos lanzados desde los púlpitos a los fieles. Y no por cualquiera. Han sido pronunciados, nada más y nada menos que, por obispos.

Me pregunto qué ganan haciendo esas afirmaciones excluyentes cuando el mandato divino es inclusivo y no hacer distinciones a la hora de amar a los demás. Algunos curas opinan de manera gratuita y, muchas veces, con gran desconocimiento. Realizan afirmaciones sobre la educación de los niños sin haber sido padres, de las virtudes del matrimonio sin haber estado casados y de la sexualidad habiendo hecho votos de castidad. En teoría. Casos de abusos a menores manchan la institución. La película Spotlight recoge algunos y las recientemente descubiertas violaciones de niños sordos en Argentina, por parte de curas ayudados por una monja son algunos de los casos que más nos ruborizan. Pero repito, como ocurre con los futbolistas, no son más que unos pocos los que manchan el nombre de la colectividad.

Tuve la suerte de conocer grandes curas que me impartieron clase de religión en el Colegio Sant Pere (Seminario). Joan Trias, Jaume Alemany y Tomeu Suau son algunos de los innumerables miembros de la Iglesia que dignifican la institución. Ofrecían una educación moderna basada en desarrollar el espíritu crítico. Además de hablar de religión, también lo hacían sobre la vida y mucho antes de que Zapatero instaurara la Educación para la Ciudadanía, ellos ya la practicaban. Jaume Alemany es hoy el capellán de la cárcel de Palma y hace una labor encomiable con los presos. Tomeu Suau ha unido su vida al compromiso de lo más desfavorecidos y dinamizador de barrios pobres como sa Indioteria creando el Club d’Esplai Jovent. En 1977 abrió nuestro colegio a las chicas, lo que nos provocó algún rubor que otro a quienes formamos parte del último curso “solo chicos”.

Estos son ejemplos integradores. Los casos descritos anteriormente son excluyentes. Unos dignifican y otros avergüenzan.


D10S (nombre como algunos conocen a Leo Messi), Cristiano, obispos, Seminario. Fútbol e Iglesia. En todos lados hay malos y buenos ejemplos. Más buenos que malos. Paradójicamente, gracias a la enseñanza de unos curas he aprendido a despreciar el mensaje de otros, cuyos mensajes van en contra de un mandamiento máximo como es amar al prójimo. A todo el prójimo, no solo a una parte.


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