OPINIÓN

Otro Valle de los Caídos

Francisco Gilet | Miércoles 24 de mayo de 2017

El pasado domingo se levantó un gran panteón. En su portal, dos hornacinas a distinto nivel contienen las esfinges de un “lázaro” políticamente resucitado y de un iluminado “moisés” de larga coleta. El primero contempla lo que a sus pies acontece, mientras el segundo tiene la mirada dirigida a la lejanía, al horizonte. Ambos sonríen; el primero socarronamente, el segundo, cínicamente. Ambos personajes, “lázaro” y “moisés”, rinden su peculiar homenaje a quienes se disponen a ocupar sus correspondientes y personales sepulcros. Ahí, a sus pies están las lapidas políticas ya talladas con los nombres de los futuros inquilinos; González, Guerra, Zapatero, Bono, Rubalcaba, Corcuera…. Lo cierto es que aquellos jóvenes de Suresnes van camino de su sepultura política. Su enterrador regresó del ostracismo para levantar su puño, a fin de que el cincuenta y uno por ciento de los militantes diesen sepultura a los susodichos jóvenes de octubre del 74, verdaderos artífices de un partido que llegó a convencer a millones de electores durante lustros.

Todos ellos están ahora contemplando el hundimiento de unos ideales socialistas, suplantados por otros más próximos a aquel marxismo que desecharon, o sea más cercanos a un revolucionario Largo Caballero, el obrero consciente, que a un moderado Besteiro que fue capaz de reconocer; “Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido, quizá, los siglos”. Pues bien, al “lázaro” no le importa en absoluto acompasar su andar con esa “aberración política” siempre y cuando ello le lleve a alcanzar sus aspiraciones y las de sus adláteres, llámense Iceta, Armengol o semejantes. Los saltos de alegría de los Tardá, los Puigdemont o las Barkos son un síntoma de que han iniciado su caminar hacia el hundimiento del sistema. Ese nuevo valle de los caídos se llenará de hombres, mujeres, ideales y principios, que serán aplastados, arrinconados por el impulso con el cual han votado los votantes del “lázaro”, en contra de la contemplativa “maría” que no supo subirse al tren en el momento oportuno. Y ese impulso, esa motivación no es otra que el rencor y el desprecio. El vencedor no va más allá de tales sublimes motivaciones, diademas del único deseo consistente; echar al PP del poder. Y para echarlo dice que hará uso de todo cuanto le facilite la obtención de los votos suficientes en la Cámara Baja, vengan de donde vengan y exijan lo que exijan. Si hay que cambiar la Constitución, se cambia. Si hay que dar la independencia a Cataluña, se le da. Si hay que propiciar la Euskal Herria vasca, con la inclusión de Navarra, sin problema alguno. Si hay que abrazar, morrearse, acostarse con el revolucionario bolchevique, tampoco hay problema. Se hará todo cuanto haga falta y sea necesario para ocupar la Moncloa y acabar, desde ella, con un sistema político que nos ha mantenido en paz y prosperidad durante más de treinta años. Es otra lápida, recostada contra el muro sepulcral, en la cual se lee “Constitución Española de 1978”.

Resulta incomprensible que no eche la vista hacia Francia, Italia, Grecia, incluso Alemania, y compruebe qué porcentaje de votos tiene el partido socialista en esos países, un porcentaje tan históricamente capitidisminuido como el suyo.. Y de seguir la senda anunciada, su presencia será igualmente testimonial, como un simple recuerdo histórico de un tiempo pasado que fue mejor, por más sincero, más leal, incluso más noble. A fin de cuentas, los jóvenes de Suresnes creían en España, aunque la deseasen diferente, cambiada. Sin duda erraron en muchas conductas, pero ellos nunca menospreciaron la bandera. Aunque no hicieran uso de la más grande que ojos humanos pudieron ver. O sea, eran simplemente socialistas, no hipócritas socialistas.

Y, allá, en la lontananza, un fariseo “gamaliel” contempla la escena y ve como el valle se va llenando de socialistas caídos. No alcanza a leer la lápida última, apoyada contra el muro, ni tampoco es capaz de intuir que algo se mueve bajo sus pies. Para él la amenaza secesionista simplemente es grave, el anuncio de su caza y captura es un mero brindis al sol, el decaimiento de la ilusión de sus votantes es pasajero, la vacuidad ideológica es un seguro de triunfo modelado según las circunstancias. Para él solamente cuenta la economía; el mundo de los valores, de los principios, es un campo yermo que se siembra cuando llega el momento de enmascarar su insípido pensamiento. Éste, en todo su esplendor ciudadano, fue tocado y hundido en el congreso de Valencia; allí murió el liberalismo, el conservadurismo, el centro derecha, y ahora, con el hábito de la socialdemocracia y entre un grupo de nostálgicos va camino, también, de ese nuevo valle de los caídos.

Todavía lejos, se anuncia la llegada a éste ahora valle de lágrimas de un “Avanza” que “apuesta por llenar el hueco que ha creado el PP de Rajoy”. La cuestión radica en si esta España de hoy asumirá la existencia de unos “valores clásicos”, en su día liderados por la ideología liberal, conservadora, popular. O no, como diría Rajoy.


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