Jaime Orfila | Sábado 25 de marzo de 2017
En realidad me importan más bien poco los chismes del Sr. Bauzá. De él y de lo que le rodea. Aunque, en ocasiones, uno tiene la sensación que definen al personaje tanto o más que su propia persona. Los que sí están de un chismoso subido y atrevido, a entender por su actividad en las redes sociales y en los medios de comunicación de la capital, son sus aguerridos apoyos en las primarias a la presidencia del PP de Baleares.
En cualquier caso, para evitar malos entendidos, me refiero al significado de chisme recogido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Porque la difusión, en ráfaga, de noticias o comentarios con los que se “pretende indisponer a unas personas con otras o murmurar de alguna de ellas” solo se puede considerar chismería.
No sé cómo le quedan ganas. Después de perder el 40% de los votantes, casi la mitad de los diputados, todos los ámbitos de poder autonómico, insular y municipal –se ha salvado Campos, Santanyí, Petra y Alaior- y cosechar los peores resultados de la historia del partido popular, aspira a presidirlo de nuevo. En un momento en el cual el partido todavía no se recuperado de su maltrecha travesía.
Es legítimo, pero aparentemente mezquino. Después de afirmar por los cuatro costados que si perdía las elecciones autonómicas de 2015 volvería a su botica, exigió su dorado exilio en el senado.
Después de aseverar que no tenía ningún inconveniente en recuperar su actividad profesional / empresarial, por la que no ha dejado de facturar más de 1 millón de euros al año, incluso cuando cobraba el complemento de exclusividad como Alcalde o siendo Presidente del Govern, intenta, según mi parecer, alocadamente, y al precio que sea, asegurarse otros cuatro años en política activa.
El entorno de la salud recordará, con horror, durante muchos años, la política sanitaria de barbarie que llevó a cabo. Rodeado de una peculiar panda de amigos, pijos y aliados caracterizados por su desmesura, asoló la credibilidad del partido en el sector. Se rodeó de personajes insuficientemente preparados y manifiestamente incapaces, salvo honrosas excepciones, de desarrollar sus competencias. Muchos otros elementos muestran como trató la educación con el mismo desprecio que la sanidad.
Aupado a la presidencia del partido, en el último congreso, con los apoyos de los sectores regionalistas, centristas y moderados que ahora tanto detesta e intenta desprestigiar, tuvo que salir por piernas por el voto de castigo que sufrió en las urnas. Literalmente, espantó a su electorado.
En el año que lleva en Madrid ha sufrido un fenómeno de radicalización. Ha vuelto con un discurso fundamentalista y populista. Basado, esencialmente, en los postulados contra los que se presentó a las anteriores primarias, custodiados, por el otrora candidato alternativo. Un discurso de resultados imprevisibles pero que garantiza la fractura del partido, enrarece el clima de entendimiento y dificulta la convivencia entre las sensibilidades que conviven en el partido popular. Un discurso excluyente, sin autocrítica y que no deja espacio para la diversidad y la discrepancia. Discurso del que se han alejado la práctica totalidad de los que le acompañaron en su anterior aventura de gobierno. Discurso que lo ha convertido en un buen candidato, en el mejor candidato para la izquierda local. En el aspirante mejor colocado para dejar al PP en la oposición para un puñado de legislaturas. No, no puede ser casualidad.
Como tampoco puede ser una coincidencia, sino una cruel paradoja la que hace que, en este escenario, se vuelvan a encontrar los personajes de ficción de la obra de Disney, inspirada en la centenaria novela de Carlo Collodi, Pinocho y Pepito Grillo.
Que Dios reparta suerte.