Joana Maria Borrás | Domingo 26 de febrero de 2017
Confieso que en ocasiones, como hoy, cuando un tímido sol carnavalesco vaticina cambios en el horizonte, y otra primavera a la vuelta de la esquina, me cuesta escribir para comentar asuntos políticos, de corrupción, de medidas cautelares privativas de libertad que yo detesto para cierta clase de supuestos de hecho, y de penas de prisión a fin de cuentas, como modelo de sanción punitiva que también, para ciertos asuntos, debiera ser revisada y adaptada, a los nuevos tiempos y a las nuevas formas de delinquir.
Pero eso será otro día porque hoy, con las neuronas en pleno descanso y escuchando el “Se que te duele” de Alejandro Fernández, ha venido a mi memoria una noticia de esta semana que llamó mi atención, y que si bien, aparentemente, versaba, como no, sobre tribunales y fechorías en fase de Instrucción, en realidad, sospecho que hablaba del corazón.
Una jueza de un Juzgado de Mallorca, denunciada por enviar mails a un ex, en los que, según comentaba el citado artículo periodístico, prevenía al susodicho con relación a otra mujer, y presuntamente lo hacía, poniendo en su conocimiento información privada contenida en algún expediente que había sido tramitado en algún Juzgado.
No me interesa la parte legal del asunto a pesar de mi condición de abogado. En este caso, me interesa y llama mi atención el dolor que puede esconder el alma de los que, por su profesión, oficio o cargo público, o sencillamente, por la educación recibida, están obligados a guardar las apariencias día tras día, sin mostrar ni un ápice de pena, y sin dejar asomar ni una lágrima, salvo a solas y como signo de una inmensa derrota.
!Claro que duele! duele incluso más todavía. Quien está acostumbrado al éxito profesional, tiene serias dificultades para digerir la derrota en el plano afectivo. No nos preparan en las universidades, en los Masters o Posgrados, para no sufrir cuando nos cantan el “ Se que te duele”, y este sufrimiento se materializa después de formas muy diversas que ponen de manifiesto, simplemente, que somos personas y que tenemos alma.
Si llevara la defensa en este asunto, apelaría a la “enajenación mental transitoria” que provocan los males de corazón, para que, al margen del castigo que ya supone tener que ver en las páginas de los medios de comunicación los hechos acaecidos narrados por terceros, no hubiera ninguna otra sanción con la que alargar el pesar que todos, alguna que otra vez, hemos llevado también a cuestas.
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