OPINIÓN

Je suis dans l'amour

Juan Pedro Sánchez | Miércoles 15 de febrero de 2017

Amarse es verterse en el otro, introducirse, volcarse comunicarse, desearse y compartirse desde la realidad de quiénes somos. Supone esfuerzo y mimo, confianza y una cierta incondicionalidad ante el proyecto de esa relación. Es un continuo, y casi siempre se manifiesta con vocación eterna, no coyuntural. Pero el enamoramiento profundo y apasionado, sin embargo, es un pico de explosión que no parte de quiénes somos en realidad sino de unos seres mutuamente idealizados por una relación muy intensa. Esta situación idílica lleva incorporada su fecha de caducidad, porque el estado de tensión que genera y la suma dedicación que exige no pueden perpetuarse a lo largo de los años. Cuando hablamos de enamoramiento siempre lo asociamos a otra persona y sin embargo ésa es sólo una forma más de amor. Tal vez ese enfoque sea el que nos responda por qué hay personas que nunca o sólo en su juventud recuerdan haberse sentido enamoradas. Y es que para enamorarse de alguien, hay que tener los poros de la piel abiertos a los paisajes, a las personas que nos rodean, a los sentimientos.... Quien sabe reaccionar ante la frustración y el sufrimiento, está mejor preparado para la flexibilidad y apertura mental y emocional que el amor necesita para brotar. En resumen, para poder enamorarse de alguien hay que amar la vida, mostrar interés por lo que acontece a nuestro alrededor, tener ganas de saber, de crear, y aferrarse a la vida apurándola como hacemos con la última gota de agua cuando nos morimos de sed. Puede ser un planteamiento radical, porque a veces es el amor lo que nos permite acceder a todo un mundo de percepciones ya olvidadas pero también es cierto que muchos lamentan no haber estado "preparados" cuando el amor llamó a su puerta. Porque la respuesta al amor exige una disposición emocional, un atrevimiento, la asunción del riesgo de fracaso de la relación.

En cualquier momento, independientemente de nuestra edad y situación emocional, enamorarse entra dentro de lo posible. Entrar en amores está muy relacionado con la estructura afectiva de las personas, que se ha ido tejiendo en función del tipo de afectos vividos con personas de gran significación emocional, preferentemente del medio familiar. En cada enamoramiento están presentes, si bien de forma oculta, los modelos y expectativas que arrastramos desde nuestras experiencias afectivas más tempranas. Muchas relaciones fracasan porque se repiten inconscientemente modelos de relación que no funcionaron o porque se esperaba que la persona amada llenara vacíos heredados de una experiencia insatisfactoria de otras relaciones familiares o amorosas. Cuántas veces hemos oído lo de "si lo sé, no me caso". Pero, ¿qué es lo que había que saber? Un tanto toscamente expresado: que la otra persona no es el príncipe azul ni la mujer-madre perfecta que nos imaginamos cuando surgió el amor. Aunque haya excepciones, casi nadie responde del todo a las expectativas que suscitó en el otro mientras duró la fase de enamoramiento, porque somos seres humanos, y por tanto, imperfectos y bien distintos de la persona idealizada que el otro creó en su mente cuando se enamoró.

El amor verdadero implica tratar a la otra persona de forma casi excepcional. Cuando, con el paso del tiempo, se produce la erosión inevitable de la convivencia diaria, se observan descuidos y adocenamientos, es el momento de reaccionar. Si queremos que este amor ilumine de verdad nuestras vidas, hay que lograr que permanezca atento, fino, generoso, siempre dispuesto a lo mejor. Así es el amor que propongo.

El amor inteligente está integrado por los siguientes elementos imprescindibles: corazón, cabeza y espiritualidad. Hay que ser cuidadoso para lograr que sea un proyecto total, que envuelva a las personas y las empuje a aspirar a lo mejor. Entonces sí puede comprenderse que el amor es el motor del universo, lo que le da sentido a todo. Con amor lo difícil se suaviza, y los reveses propios de la existencia se superan con más facilidad. Un amor inspirado en lo mejor que el hombre tiene y puede tener sí merece la pena. Hoy en día vemos con bastante frecuencia amores intrascendentes, livianos, pobres, con escasos argumentos, y lo que me parece más grave, amores que desconocen la grandeza, la profundidad y la complejidad de las relaciones. Se trata de verdaderos monumentos a la superficialidad, que a la larga llevarán a la ruptura. Al fallar la base, cuando vienen los reveses o contrariedades todo se derrumba, porque no hay unos cimientos mínima-mente sólidos capaces de sostener tal empresa emocional.

Con la esfinge de la palabra amor se acuñan muchas monedas falsas, como por ejemplo decir que hacer el amor es lo mismo que tener relaciones sexuales. Semejante error, muy extendido y divulgado en los últimos años, tiene unas consecuencias muy concretas, pero quizá la más negativa es la visión «zoológica» del amor, esto es, la reducción del amor a sexo. Los que vayan por ese camino lo van a tener muy difícil a la hora de establecer una pareja sólida, firme, estable, duradera.

Insisto en que una cosa es enamorarse, emborracharse de alguien, quedarse prendado de ella, y otra muy distinta mantener ese amor con fuerza suficiente a medida que pasa el tiempo. Cuando uno está conquistando, está entrando en lo más íntimo de la otra persona y, a la vez, descubriendo lo que uno mismo lleva dentro. Si la amistad es donación y confidencia, nos permite conocer a alguien por dentro y entusiasmarnos con aquello de lo que es portador, lo que anuncian sus palabras, sus gestos y sus actitudes. Se realiza un trabajo de exploración recíproca, de captación total, de expedición privada que busca el porqué de la conducta. Entre belleza exterior y belleza interior se establece un puente por el que circulan los sentimientos, apoyados cada vez más en la inteligencia y en la espiritualidad.

Todo el proceso de enamoramiento está envuelto en un halo de misterio: fascinación y sorpresa, ilusión y deseo de lo mejor. Se produce un trasvase de ideas, conceptos y puntos de vista, y se tiene la impresión de que se conoce a la otra persona de toda la vida. Las dificultades que el compromiso mutuo implica se superan con comprensión y esfuerzo. Los enamorados se juegan la vida y se embarcan en una aventura, porque cuando el amor es auténtico uno quiere vivir con la persona elegida para siempre. Es como decirle: «Tú no morirás nunca para mí, eres mi vida.»

El amor no es egoísta. Su única referencia es el otro. El amor acaba con la vida en soledad. Como dice Platón en El banquete, «el amor es deseo de engendrar en la belleza». Y el poeta cordobés Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma, puntualiza:

«Dime. Si tu amor se desarma, ¿qué harías? Respondió y dijo: “Amaríale para no morir, puesto que el desamor es muerte y el amor es vida...” Pero ¿qué cosa es el amor? Muerte de quien vive y vida de quien muere. Dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si sabemos tratarla; pero una dolencia deliciosa y un mal apetecible, al extremo de que quien se ve libre de él reniega de su salud y el que lo padece no quiere sanar.»

Estas palabras me hacen pensar que la idea de amar es vivir en el otro, desde él y para él. Por eso el amor es libertad y prisión.

Ma Princesse : C'est pourquoi je t'aime, toujours, par toujours, pour toujours mon amour.

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