OPINIÓN

Bancos vs. juristas (en general)

Joana Maria Borrás | Domingo 22 de enero de 2017
Esta semana apareció en los medios televisivos, un representante del sector bancario (cuyo nombre y cargo no recuerdo), entrevistado con relación al tema de las “cláusulas suelo” y al pacto propuesto a las entidades bancarias, a fin de no colapsar los Juzgados con multitud de demandas. El citado personaje explicaba que, a su modo de entender, no todas las cláusulas suelo eran nulas, puesto que había hipotecas que habían sido constituidas por Notarios. Dijo expresamente: Notarios, no es que lo diga yo. Y puso como ejemplo el de un notario que “se había atrevido” (la expresión sí es mía), a ir al banco a solicitar la devolución de los importes pagados de más por la aplicación de la susodicha cláusula nula. Su forma de decirlo, dejaba entrever, sin lugar a dudas, que el atrevido notario no le había caído nada bien. Según el punto de vista del personaje, un Notario, un jurista, al fin y al cabo, es una persona que sabe perfectamente lo que firma y por tanto, no habría lugar a la declaración de nulidad de dichas cláusulas. Por ello, las entidades bancarias, o al menos la que representa ese señor, obligarán a ir a los juzgados a las personas que, según ellos, por su formación eminentemente jurídica, tenían conocimiento de la existencia y funcionamiento, de una cláusula suelo. Discrepo total y absolutamente con esta interpretación de la norma y de las sentencias. En primer lugar, por motivos sustantivos y procesales que ahorrare a mis lectores para no aburrirles pero de los que estoy plena y juridicamente, convencida. Motivos que no pueden dar lugar a sentencias desestimatorias por el simple hecho de ser, el demandante, un jurista (Notarios, Jueces, Fiscales, Abogados etcétera). En segundo lugar, porque resulta que en realidad, tal condición, ser jurista, puedo asegurar, a veces en más una carga, que un ventaja. ¿Pueden imaginar ustedes lo que es, saber a ciencia cierta que te están estafando (incluyendo cláusulas declaradas nulas desde hace años), y no poder evitar firmar esa hipoteca porque se necesita el crédito? o ¿firmar ese contrato de telefonía móvil absurdo y abusivo también, porque se necesita el teléfono con ese operador, porque con otro no hay cobertura en mi barrio?, o ¿firmar ese contrato con la compañía de suministro eléctrico sabiendo a todas luces que el clausulado es mejor ni mirarlo, so pena de cenar a dos velas el resto de nuestra vida? o ¿firmar un contrato de seguro constatando que no nos envían todas las cláusulas limitativas de derechos, que ni tan siquiera nos informan de ellas y sabiendo, de antemano, que si acaece el siniestro no nos quedará otra que pleitear con la compañía aseguradora? Creanme, es muchísimo mejor firmar con la atrevida ignorancia del que se compra una casa, un móvil, un coche o un seguro, sin conocimiento de lo que está firmando. La tranquilidad del “no saber” es reconfortante y, como mínimo, no te sientes como un imbécil cuando firmas sin leer (para no sufrir más), y aceptas lo que aceptas porque no te queda más remedio, como todos los demás, juristas o no juristas. Por tanto, aparte de que no puede prosperar esta estrafalaria amenaza bancaria, tampoco es aceptable moralmente. No tenemos más ventajas los juristas por saber lo que sabemos, y somos, consumidores como cualquier otro, de productos y servicios, ajenos a nuestra actividad profesional.

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