Tras descender algunos kilómetros desde el Circo Massimo por la adoquinada Via Appia Antica, el autobús urbano de la línea 118 se detiene en la parada 73098 de la “ciudad eterna”, junto a la encrucijada con el Vicolo delle Siete Chiese. Justo enfrente está la Basílica de San Sebastiano fuori la mura, porque se encuentra más allá de la Muralla Aureliana y así se distingue de la homónima iglesia sita en el Palatino. El edificio, reconstruido por última vez en el siglo XVII alberga las reliquias del patrón de Palma; en el lugar de donde proviene el nombre “catacumba”, por su cercanía a la gran depresión que se utilizaba desde el siglo I como cantera para la extracción de pozzolana.
En ese templo de paredes grisáceas y humilde fachada, orlada por tres arcos de medio punto, con techo artesonado de madera polícroma y donde se alinea medio centenar de bancos a la espera de fieles, reposan en su cripta los restos del cristiano torturado y muerto a los 32 años, tras una elevada cancela de hierro y bajo una figura asaeteada de mármol, esculpida por un discípulo de Bernini. Próximo al origen de la onomástica, el recuerdo a San Pablo y San Pedro, así como la Capilla de los mártires, en la que se reserva una piedra que tiene la impronta de los pies del Cristo del Domine quo vadis?, una de las flechas que mató a San Sebastián y parte de la columna a la que estuvo atado durante el suplicio al que le sometieron.
Pocos de los que hoy celebran su patronazgo, compartido con decenas de lugares en el mundo, conocen el motivo por el que Palma se unió a la devoción del santo francés, tantas veces reproducido con flechas rodeando su torso desnudo que apenas se reconoce su muerte posterior, azotado por perseverar en su fe.
Cuentan las crónicas que al final de la rebelión de la Germanía, en el año 1523, se extendió una epidemia de peste por la ‘Ciutat de Mallorca’. Tras la derrota de los comuneros a manos de Carlos V, la peste terminó repentinamente, extendiéndose la idea de que la causa fue la existencia de un trozo de hueso perteneciente a San Sebastián, traído por un presbítero proveniente de Rodas, que huía de los turcos y prolongó su estancia por culpa del mal tiempo, interpretando entonces que la voluntad divina le invitaba a que la reliquia permaneciera en la isla.
Desde final del siglo XVI San Sebastián se venera en Mallorca con título de patrón y abogado de la peste y su advocación ascendió hasta tal punto que en el año 1634, el antiguo patrón de Palma, el Ángel Custodio de la Ciudad y del reino de Mallorca, fue desposeído de su título y el Gran y General Consejo le nombró oficialmente patrón de la ciudad. Mucho ha llovido (y nevado) desde entonces, pero sobre todo han cambiado especialmente los valores que conmemoramos este día. La convicción y la firmeza en la defensa de aquello en lo que se cree, distan mucho de la falta de ética y argumentos sobre los que basamos nuestra pervivencia en la actualidad.
Afortunadamente, también hemos descubierto que la enfermedad, causada por cocobacilos, se trasmite por las pulgas y se cura con antibióticos y no con oraciones, pero aquella zoonosis que debilitó a las tropas agermanadas aún nos ayuda a recordar que no todos los males tienen remedios conocidos y que, ante muchas insatisfacciones, la fe sigue siendo un recurso vigente. Más, si cabe, que el espíritu decidido y coherente con el que defendió sus principios aquel soldado romano, que quiso hacer apostolado y luchar contra la tiranía de sus gobernantes, como se le pretende reconocer ahora a Chelsea Manning, seguidora de Julian Assange e indultada hace unos días por Barack Obama, para poner punto y final a su presidencia, en el día de San Sebastián.