CARTAS AL DIRECTOR

El PP en las trampas de Sa Feixina

Domingo Sanz

Lunes 23 de mayo de 2016

El PP, partido que cultiva el silencio en la calle desde que Fraga quiso hacerla suya, el olvido en las memorias para no condenarse y el individualismo como filosofía para que impere la ley del más fuerte, ha caído en las trampas que permanecían ocultas en esa avenida que deja a su izquierda un monolito mientras desciende hacia el puerto junto a la Riera. Los de Rajoy en Mallorca han intentado el ruido, han despertado recuerdos y han llamado a la acción colectiva. Todo al mismo tiempo.

El cada vez menor número de asistentes a las convocatorias que promueven, o a las que se suman al calor de la mayor campaña informativa y gratuita jamás realizada a favor de un monumento conflictivo, demuestra que no quedan en esta Palma de cuatrocientas mil almas ni cuatrocientos vecinos que se arriesguen a ser vistos junto a dirigentes del PP que, o podrían ser “investigados” o se movilizan a favor de un símbolo inaugurado por Franco, o ambas cosas a la vez. No parece tener mucho futuro un grupo al que la mayoría de los suyos solo apoyan en secreto. No es extraño el desliz de una de sus ediles que, con ocasión creo recordar de la retirada administrativa de un privilegio abusado por algunos de su grupo, declaraba la semana pasada que tomaban esa decisión contra ellos por “ser del PP”.

Es entonces cuando la poesía, sin necesidad de leyes ni policía, encuentra el momento para hacer justicia consiguiendo que sean ignorados en vida los que han estado cultivando la desmemoria contra víctimas inocentes y, además, se han burlado de muchas personas a las que el sufrimiento les recordaba su desgracia cada día porque estaban siendo maltratadas por una democracia asustada. Aún sigue ocurriendo que a dirigentes del PP se les escapa, en ambientes de confianza pero ante las cámaras, más de un rictus delator y mucha frase impertinente cuando no directamente ofensiva.

Las deudas pendientes con la dignidad se parecen al cartero que llamaba dos veces. Así que pasen ochenta años, como sucede en España.


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