OPINIÓN

Hermanos, de sangre

Jaime Orfila | Sábado 26 de marzo de 2016

Significados ataques yihadistas perpetrados en occidente han sido protagonizados por hermanos. Sangrientos ataques, cometidos por hermanos “de sangre”, destinados a sembrar el pánico y el terror generalizado.

Khalid y Ibrahim El Bakraoui son señalados por las investigaciones como los responsables de los atentados en la estación de metro colindante con el Parlamento Europeo y en el aeropuerto de Bruselas del pasado martes. Son ciudadanos belgas y hermanos. Habían sido condenados con anterioridad por actos delictivos. Estaban en libertad condicional o bajo reducción de condena. En las escenas de delincuencia común que habían realizado con anterioridad ya habían aparecido las mortíferas kalashnikov; omnipresentes en los atentados yihadistas y protagonistas principales de la matanza de Paris del pasado mes de Noviembre.

Cherif y Said Kouachi, autores de la masacre contra el semanario Charlie Hebdo, en enero del año pasado, eran hermanos y nacidos en Francia. Cherif había participado previamente en actos delictivos. Condenado y encarcelado, se ha había beneficiado de rebajas de condena. Recibieron asesoramiento express sobre el manejo de armas de guerra en Yemen. Fueron abatidos en su enfrentamiento con las fuerzas de seguridad galas en una improvisada huida con rehenes.

Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev, hermanos, de origen checheno, refugiados políticos en Estados Unidos, eran beneficiarios de ayudas de la comunidad y realizaban estudios superiores. Colocaron las bombas que acabaron con la vida de 3 deportistas y dejaron centenares de heridos. La macabra acción tuvo lugar en la misma línea de llegada de la prestigiosa maratón de Boston, en abril de 2013. Tamerlan de 26 años falleció en su enfrentamiento con la policía en una dantesca huida que conmocionó la ciudad. Dzhokhar ha sido condenado a la pena capital por los miembros de un jurado en el estado de Massachusetts.

El papel que juega el núcleo familiar y el entorno social en la aterradora amenaza que vive occidente es evidente. Las variables concretas que llevan a la radicalización absoluta a lobos solitarios y núcleos muy reducidos de población, hasta las matanzas indiscriminadas está en pleno y encarnizado debate.

Los sujetos que pasan a la acción tienen una mente enferma. La mente del fanático, en cualquiera de sus dimensiones, incluso en las de nuestro entorno, político, religioso, profesional…, tienen una clara base paranoica que se desestabiliza, sin límite, solo ante determinados aspectos. Son mentes enfermas, pero responsables de sus actos y claramente imputables. Capaces de planificar hasta el milímetro la ferocidad de sus agresiones, desprecian de forma pueril la seguridad de sus actos. Es relativamente común que se olviden documentos de identificación personal en el último lugar que han visitado.

Sus acciones dejan sin respiración a occidente; generan una islamofobia reactiva devastadora para el futuro de millones de musulmanes moderados. Dificultan su integración y los empujan hacia la exclusión.

Es evidente que el yihadismo provoca una atracción letal en amplios sectores. Sin embargo, la rama del movimiento fundamentalista salafista que propugna la violencia para recuperar la pureza del islam, es legendaria. Además, el radicalismo violento ha sido común a muchas otras religiones y sociedades. Les separa, el anacronismo, la vigencia de sus desvaríos y el nivel de progresión de su virulencia.

Las sociedades musulmanas ante una crisis económica, política o social se han visto arrastradas hacia la radicalización en muchas fases de la historia. En todas ellas coinciden con la amplificación del discurso de determinados teólogos y la vinculación de clérigos y alegatos a potentes estados que les dan soporte.

Estas variables han encontrado una potente capacidad de expansión con la globalización de la economía, con el desarrollo de las sociedades y con el auge de las comunicaciones y de las tecnologías.

Los resultados son imprevisibles. Soportar el terrorismo yihadista es una dura prueba para cualquier democracia. El objetivo, nada sencillo, estriba en encontrar el equilibrio entre la seguridad y las libertades, que obliga a replantear de forma excepcional determinadas garantías individuales.


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