DEPORTES

Como la vida misma

Alejandro Vidal | Viernes 25 de marzo de 2016
Tenemos la mala costumbre de inclinarnos por los estereotipos, de clasificar a las personas, de crear archivos por edad, raza, religión, constitución física, ideología. El deporte no es una excepción, la máxima del Barón de Coubertin, aquello de que lo importante es participar, no ha sido asimilada por la inmensa mayoría de profesionales de cualquier especialidad, ni tampoco por los amateurs.
En el especial mundo del fútbol, escenario paradigmático de la competitividad mal entendida, hace tiempo que permanece latente la eterna pregunta: ¿quién ha sido el mejor futbolista de todos los tiempos?. Transcurridos más de cien años, la lista de candidatos se ha reducido casi siempre a cuatro: Di Stéfano, Pelé, Maradona, o Cruyff. Todo delanteros, como si los porteros y defensas tuvieran que abstenerse. No veo por qué Yashin, Iríbar, Banks o ahora Neuer, además de Sócrates, Maldini, Gullit y otros no se admiten como candidatos, a los que habría que unir urgentemente a Messi para completar el quinteto de aspirantes.
Es preciso dejar por sentado que los gustos siempre están por encima de cualquier análisis subjetivo, ya que objetivamente es imposible determinar al ganador. Pero me temo que, en función de su nula ejemplaridad dentro y fuera del terreno de juego, el “Pelusa” ha de ser desclasificado. Y ahí es donde, personalmente, me inclino por el holandés quien no solamente jugó muy bien, sino que aplicó nuevos conceptos, alguno de los cuales sirven lo mismo para el terreno de juego que para la vida.
“Quiero jugadores que puedan hacer movimientos decisivos en espacios pequeños, que trabajen lo menos posible para ahorrar energía de cara a esa acción determinante”. Francis Amalfi escribe de él que “su sistema se basaba en la constante circulación del balón –y de ideas-, en el juego al primer toque –es decir, sin dudas- y en guardar la energía para el momento culminante. Un resumen que pude traducirse a cualquier otro ámbito humano, porque es la filosofía de la sencillez”.
El llanto es lógico, las flores y panegíricos también, pero lo más importante es aprovechar las lecciones que impartió y alejarse del oportunismo amarillo.

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