El acuerdo entre PSOE y Ciudadanos esconde, con seguridad, variables que se nos escapan. Como las ondas gravitacionales, sabemos que haberlas, haylas, pero estamos todavía lejos de demostrar empíricamente dicha existencia.
Porque convendrán conmigo que, aunque los políticos son expertos en sostener una cosa y su contraria sin más que cambiar de interlocutor, ni Sánchez ni Rivera se han caído de un guindo, y saben perfectamente que con 130 diputados en un parlamento de 350 no se va a ninguna parte.
Un primer efecto del acuerdo, perceptible a simple vista, ha sido la esperada reacción efervescente de Podemos. La cara de los podemitas supuestamente ministrables en la rueda de prensa que anunció la ruptura de relaciones con los socialistas era todo un poema. También era previsible la descalificación de Rajoy, aunque el todavía presidente y su partido estén tan perdidos que es difícil distinguir si el acuerdo les ha dejado descolocados o si ya lo estaban previamente, especialmente desde que se destaparon las alcantarillas valencianas.
Ahora bien, puestos a elucubrar –es lo que tiene disponer de todo un artículo para decir lo que al menda se le pasa por la mollera- diría que una remota posibilidad sería que Sánchez buscase un fracaso honroso de la mano de Ciudadanos, para tener un pretexto contundente que le habilitase frente a los suyos para pactar libremente con Podemos. Ciertamente, ni así se garantizaría una mayoría suficiente, pero continuaría reforzando su papel de hombre dialogante y líder nacional. Mientras, Rajoy seguiría sin tener ni un solo aliado de peso y podría incluso ser culpado por los poderes fácticos de haber arrojado a Sánchez a los brazos de Iglesias, al hacer prevalecer sus fobias e intereses personales sobre los de España, ahí es nada. La víctima de este ardid socialista sería, en este caso, Albert Rivera. Claro que, supongo que el catalán, que no es bobo, ya ha sopesado esta no tan descabellada hipótesis.
Lo cierto es que no hay un solo escenario que dé ganador de esta partida a Rajoy, salvo una inopinada e inimaginable victoria abultada de los populares en unas eventuales nuevas elecciones. Y ojo que hablo de Rajoy, porque si, contra pronóstico, la candidata fuera, por ejemplo, Cristina Cifuentes, otro gallo les cantara a los peperos.
En entornos conservadores no partidistas se piensa, sin embargo, que el acuerdo Sánchez-Rivera no se puede haber firmado en barbecho y que, al final, al PP no le va a quedar más remedio, en segunda votación, que abstenerse y permitir un gobierno PSOE-C’s, a cambio de pactar una legislatura corta y que no se rebasen determinadas líneas rojas en materia económica, mientras el Partido Popular hace la colada y busca nuevas caras. Con todo, las elecciones de junio parecen, a día de hoy, casi seguras. Pero, me perdonarán, yo sigo pensando en las ondas gravitacionales.