OPINIÓN

Navidades raras

Viernes 28 de diciembre de 2012

MARC GONZÁLEZ. Quizás sea solo una impresión subjetiva debida al ambiente general de preocupación, pero estas Navidades se me antojan raras, e incluso tristes. No, no es la tristeza estacional, ni la propia de cualquier Navidad, que afecta siempre a un determinado porcentaje de la población.

El otro día, le explicaba a mi hijo en qué consistían las cartillas de racionamiento que vivieron nuestros padres en la posguerra. Afortunadamente, para su generación es una situación difícil de entender, aunque por desgracia haya miles de ciudadanos que estén pasando hambre.

Sin embargo, al contrario de lo que sucedía en los 50 y 60 del siglo pasado, falta la alegría a la gente y eso solo puede ser malo. En aquella época de limitaciones materiales todo estaba por hacer y eso siempre alimenta algo tan fundamental como la esperanza y la ilusión, verdaderos motores de la superación humana. Hoy no pasa eso.

La guerra civil y la hambruna que la siguió como consecuencia de la II guerra mundial supusieron tal catarsis colectiva que, literalmente, hubo que reconstruir el país casi de cero. Hasta 1954 no se recuperó el nivel económico anterior a la guerra.

Era un país empobrecido, políticamente oprimido y, sin embargo, había alegría. También represión, claro, y gente que lo pasaba mal, es cierto, no me olvido de ellos, pero la clase media vivía en general esperanzada: El nivel económico progresaba, había trabajo –aun a costa de una emigración importante- y Franco y su régimen no iban a durar eternamente. En nuestra tierra, el catalán renacía de las cenizas oficiales y se fundaban editoriales, la universidad lideraba la contestación a la dictadura. La sociedad se movía.

¿Qué demonios nos pasa hoy? Somos, en general, infinitamente más ricos que aquella clase media del seiscientos y las letras de cambio, y sin embargo estas navidades solo escucho lamentos y, sobre todo, percibo la desorientación que provoca el no tener un rumbo claro ni un objetivo común.

División, recelo, continua improvisación, escandalosa falta de liderazgo, de talla política y personal, mediocridad sin límites en nuestros dirigentes políticos y, sobre todo, incapacidad para transmitir fe e ilusión a sus conciudadanos, porque para remar todos juntos lo primero que se necesita es que el patrón reme hacia adelante y no hacia atrás. Esa es precisamente la clave. En los 50 y 60 avanzábamos hacia metas comunes como el desarrollo económico, la democracia o la integración en el entonces mercado común.

Somos un pueblo luchador, que jamás se rinde, pero hasta que nuestros capitanes no nos digan a dónde diantre nos quieren llevar y lo hagan de forma que transmitan credibilidad, temo que nuestras Navidades seguirán siendo raras. Ojalá me equivoque. Feliz 2013 amigos. 

 


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