BANYARRIQUER

La verdadera historia

BANYARRIQUER | MARC GONZÁLEZ

Martes 04 de diciembre de 2012

A quien corresponda: Voy a confesar algo que me corroe desde hace tiempo y que no puedo ocultar más: Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete, no murió, como nos han hecho creer hasta ahora los pérfidos nacionalistas, corneado en la plaza de Linares por Islero, un morlaco de la ganadería de Mihura de 495 kilos, quinto de la tarde -contradiciendo, por tanto, el dicho- y segundo de la serie del maestro.

En realidad, la muerte de Manolete se fraguó en la ejecutiva de Unió Mallorquina, donde habitualmente se trataba -como sin duda algunos medios escritos ratificarán ipso facto- asuntos tales como éstos. -¿A quién matamos hoy?, espetaba el presidente/a de turno y los enfurecidos uemitas clamaban los nombres y circunstancias de la siguiente víctima, especialmente si, como todos los toreros de la época, no acarreaban al partido ingentes enormidades de dinero negro.

En realidad, todos los afiliados y votantes conocían con pelos y señales -y, por tanto, son todos culpables de pensamiento, palabra, obra y omisión a la vez- los planes maléficos para asesinar al enjuto torero cordobés, e idearon una estrategia conjunta y solidaria para llevar a cabo sus criminales planes.

De hecho, al principio, esta estrategia supuso una ruptura con las bases ideológicas de este execrable sindicato del crimen organizado, pues en sus inicios, cuando se presentaba a la sede algún candidato a afiliarse, era sometido al consabido interrogatorio: -Y tú, ¿Qué crímenes has cometido para querer afiliarte a UM? Si, por ventura, el nuevo afiliado -convenientemente amparado por las firmas de otros dos criminales- confesaba ser un defraudador, estafador, o maquinador para alterar el precio de las cosas -delito cachondo donde los haya-, entonces era inmediatamente ascendido a miembro de los órganos ejecutivos. Si sólo era un receptador o un carterista de poca monta, entonces quedaba encuadrado entre los afiliados de base. Eso sí, sólo interesaban los delincuentes económicos. De hecho, alguna vez pretendió afiliarse algún criminal con delitos de sangre, pero entonces la respuesta era tajante: Vaya un poco más abajo, a la sede del PSOE y pregunte por un tal Barrionuevo. Si no había paraísos fiscales y contenedores con billetes de 500 euros, pa qué mancharse las manos.

Todo ello cambió con ocasión de la negativa de Manolete a pagar el consabido impuesto revolucionario. Además, era foraster, pecado capital que generaba la animadversión, odio, xenofobia, racismo y crímenes contra la humanidad que adornan a todo nacionalista que se precie, y más si se trata de un sedicioso catalanoparlante.

Pues bien, la muerte de Manolete supuso el inicio de la espiral sangrienta. La plaza de Linares fue copada por afiliados de UM, para que todo estuviera controlado. De hecho, las entradas se pagaron mediante una transferencia efectuada desde las islas Caymán. Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín estaban conchabados, pues en realidad se trataba de dos presidentes de comités locales del partido aficionados al arte de Cúchares. Lo que más costó fue simular los movimientos de un toro bravo, pues bajo la piel disecada que se utilizó como disfraz -agravante, en el Código Penal- iban agazapados los miembros de la ejecutiva, con el presidente/a sosteniendo la cornamenta (por decoro, omitiré el nombre) y el secretario general meneando el rabo (del toro). Los subalternos gritaban al falso Islero -¡apuntad al triángulo de Scarpa!, con el maléfico fin de asegurar la fatalidad de la cornada.

Lo demás es historia. Al entrar a matar, el presidente/a movió violentamente los cuernos a siniestra y clavó el asta hasta -bonito juego de palabras- los huevos del maestro a través de la arteria femoral. La cornada era mortal de necesidad.

Por cierto, eso ocurrió el 28 de agosto de 1947 y Unió Mallorquina fue creada en octubre de 1982, pero ese es un detalle sin importancia que no debe entorpecer la investigación de este crimen que espero sea castigado con toda la severidad del estado de Derecho.

 


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