La semana en la que el Mallorca ha podido digerir uno de los mejores inicios de su historia ha servido para comprobar que el mallorquinismo ha recuperado la ilusión. Magullado por años y años de sufrimiento, el hincha ha dibujado una sonrisa que rara vez se adivinaba en arranques de temporadas anteriores. Fútbol aseado, buenos números, jugadores de buen nivel, un entrenador solvente y un fichaje estelar como el de Gio, convertido en icono de un club en desarrollo, han contribuido a que la afición vuelva a creer en el proyecto. Más allá de una cuestión numérica –es evidente que sigue acudiendo muy poca gente al campo- lo cierto es que el socio tiene motivos para ser optimista.
El aficionado intuye que puede ser un buen año, al margen del ruido que pueda generarse en el palco o de que el escenario deportivo pueda variar en algunos tramos del campeonato. Hacía tiempo que en Son Moix no respiraban un aire tan limpio y eso debe ser suficiente para que nadie, si se considera mallorquinista, le ponga filtros. Hablar ahora del apellido del futuro máximo accionista es tan ridículo como pensar que Cristiano Ronaldo sería más feliz jugando en el Escalerillas que en el Real Madrid.
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