España, como ha venido haciendo siempre, se ha perdido en esta Eurocopa en estériles debates sobre patrones de juego, nombres y otros menesteres de escaso voltaje, pero que han mantenido entretenido a un sector del consumidor de fútbol. Mientras la selección iba de piedra en piedra avanzando rondas, a Vicente del Bosque se le iba erizando el bigote a medida que el entorno le sacaba punta a cada una de sus decisiones. Hasta que llegada la final, la exhibición acabó con todas las sentencias. Nadie juega mejor que España, porque nadie tiene a tipos como Iniesta, Xavi, Ramos o Casillas. Y punto.
Pero más allá de apellidos, lo que ha cambiado es que ya nadie envidia los corpachones de los alemanes, ni el gen competitivo de los italianos, ni el fútbol con violín de los holandeses, ni el espíritu inglés. Ahora todos quieren ser como España; incluso Italia, que lo ha fiado todo a Pirlo pensando que con eso le iba a ser suficiente para imitar el modelo de La Roja. Es evidente que la selección tiene un plan desde hace años y que esa apuesta por el balón le ha dado unos beneficios que jamás imaginó. Enhorabuena.
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