Ni hay dinero para la economía productiva, ni para las escuelas concertadas, ni para los buses que llevan a los niños a los institutos, ni para las farmacias; no tenemos para pagar a las productoras de televisión, ni para mantener el poder salarial de los funcionarios, ni parael Teatro Principal; no podemos fomentar la cultura, ni asfaltar las calles, ni mantener las luces de las vías públicas encendidas. Pero el Parlament tardó un minuto, sin debate, para aprobar un gasto de 1.7 millones de euros para los partidos políticos.
Ni la derecha de los ahorros, ni la izquierda de las prioridades sociales, ni los nacionalistas de la justicia social, ni los díscolos que gustan de mostrar la patita: nadie abrió la boca. Se aprobó por asentimiento. Hemos de medirlo todo, pero hay cosas que no se miden, que no se plantean, que no se tienen que estudiar, que son esenciales porque es el sistema, porque son ellos. Tal vez así se pueda explicar por qué nadie exige responsabilidades a que nos hayamos quedado sin cajas de ahorros, a que no controlemos el gasto ni siquiera hoy, a que hayamos destruido nuestro estado del bienestar.