El anuncio de que el Govern prepara un decreto para que los grandes comercios del centro de Palma puedan abrir en domingo ha desatado, otra vez, las iras del infierno, porque los pequeños comerciantes se oponen, como lo han hecho siempre, a esta posibilidad.
Aferrarse al pasado, a los horarios que ayer eran viables y hoy hacen perder clientes, dejar muerta la ciudad los domingos y pretender que todos hagan lo mismo, es incomprensible en estos tiempos que corren, porque la realidad es que la gran mayoría de los comerciantes no han sabido ni querido adaptarse a la realidad.
La Palma comercial está cerrada a cal y canto los domingos, mientras que los pocos que han optado por abrir sus puertas están llenos. Y si no que se lo pregunten a los dueños de una pequeña frutería que hay cerca de mi casa, que me aseguran que es uno de los días en los que hacen mejor caja por las mañanas.
Por tanto, quien no quiera abrir que no abra, pero que deje que los demás hagan lo que deseen.