Cada día el divorcio entre la sociedad y los políticos es mayor. Mientras unos y otros se enzarzan en polémicas lingüísticas y las protestas se centran en reivindicar el catalán, nadie, pero nadie, se acuerda de los parados, de los que no cobran prestación alguna para sobrevivir y están total y absolutamente desesperados.
Muchos, cada día más, buscan trabajo y no lo encuentran. Ya no importa la cualificación, da igual. Personas con un currículum brillante optan a puestos de camareros, de personal de limpieza, de lavandería, porque lo que quieren es un empleo y nadie da la cara por ellos.
Queda muy bonito manifestarse con pancartas, apedrear a los políticos, interrumpir actos oficiales, leer manifiestos y hablar de genocidio del catalán, mientras al parado todo eso le da exactamente igual, porque él sólo busca salir adelante, vivir dignamente y para ello necesita un empleo que se lo permita, pero mientras cada día se hunde más y más, nadie sale a la calle a luchar por lo que de verdad importa en estos momentos, ni a arbitrar medidas que permitan que su situación cambie.
Sólo los que no sufren las consecuencias de esta crisis pueden darse el lujo de perder el tiempo en temas que no sólo no son prioritarios sino que a la gran mayoría de los ciudadanos les importa muy poco.