Tras la resignación en la que vivíamos en un país con más de cinco millones de parados, incluso la más humilde de las reformas es positiva. Por lo tanto, lo primero que hay que decir es que ayer oímos a un candidato a Presidente del Gobierno que propone medidas, decisiones, propuestas. En general, imposible no estar de acuerdo con las grandes declaraciones: mejor educación, fomento del empleo, saneamiento del sistema financiero, etcétera. Sin embargo, aún nos queda por escuchar de dónde se va a recortar esa espectacular cifra de 16.000 millones de euros, que prácticamente dejarán al país al borde de la inanición.
Sería injusto y desproporcionado que, a partir del discurso de ayer, introduzcamos un elemento de crítica, pero sí de cautela: a mi juicio, es posible que todas las medidas anunciadas se puedan desarrollar y aplicar y que, sin embargo, las cosas empeoren. Creo que en este país son necesarias medidas, pero sobre todo es urgente aplicar sentido común en la gestión. Por ejemplo: a mí casi que me da igual que se introduzca un curso más o menos de bachillerato, que se den más o menos clases en inglés, la cuestión no está en esto, que sí puede ser mejor o peor, pero nunca será tan fundamental como el cuidado en la selección del personal, la motivación, los estímulos y la posibilidad de erradicar del sistema a quienes no cumplan con mínimos exigibles; a mí me parece que no es una cuestión de recortar gastos, sino de dónde, cómo, etcétera. Creo que España necesita urgentemente calidad en la gestión, más que decisiones y decisiones que se amontonan las unas sobre las otras. El sistema público, con sus características tan simplonas, con su falta de constancia, con su carencia de controles estables y de larga duración, es totalmente propicio a dar titulares de periódico, a resolver hoy lo que mañana vamos a pagar más caro. Y nosotros, como ciudadanos, somos empujados a aplaudir lo que está bien, pero no tiene por qué acabar bien.
Pese a estas advertencias, está claro que las de ayer podrían ser medidas que cambien las cosas. Si lograran el cincuenta por ciento de sus objetivos ya nos daríamos con un canto en los dientes. Avanzaríamos en un camino de mejora. Pero ese camino pasará por sufrir mucho. Esos 16.000 millones serán muy costosos y tendrán serias repercusiones en nuestra economía. Y no digamos lo que aún nos queda por ver aflorar en el sistema financiero.
Esperemos pues que esto empiece a concretarse y que el desastre del euro, que incluye pero rebasa a España, no nos deje en la más absoluta tragedia.