Jueves 03 de septiembre de 2015
En 1937 comenzaron las obras del aeropuerto de Berlín Tempelhof, una maravilla de la arquitectura –en su tiempo, el edificio mayor del planeta-, obra del arquitecto Ernst Sagebiel, miembro activo del partido nazi.
El conjunto sobrevivió milagrosamente a los bombardeos aliados, y el campo de vuelo se convirtió años después en protagonista del famoso puente aéreo tras el bloqueo soviético de Berlín occidental.
¿Qué hicieron los aliados con semejante símbolo de la arquitectura nazi, derribarlo? Bien al contrario, la administración norteamericana se limitó a eliminar las cruces gamadas laureadas que aparecían esculpidas bajo las monumentales águilas de piedra repartidas por todo el complejo y, como se dice castizamente, a correr.
Aun hoy, setenta años después del fin de la guerra, y cuando ya casi nadie cuestiona la criminalidad sanguinaria del nazismo, Tempelhof y sus águilas siguen en pie –desde 2008, como parque y recinto ferial- y constituyen una muestra palpable de la grandeza tecnológica de la época nazi que, por si no lo saben, en 1969 nos puso en la Luna. ¿Exaltación del nazismo? Solo los tontos mezclan la utilización que todos los regímenes totalitarios hacen de la arquitectura, la tecnología y el arte en general con el valor intrínseco de las obras.
A pocos kilómetros de Tempelhof, en el centro de la capital alemana, se alza otro edificio imponente, curiosamente del mismo arquitecto, y que también se salvó de las bombas incendiarias, la antigua sede de la Luftwaffe o Ministerio del Aire o RLM, es decir, de la fuerza aérea nazi. Este complejo –el edificio de oficinas mayor del mundo durante décadas- quedó en zona soviética, y los comunistas lo aprovecharon cuarenta y cinco años como ministerio, añadiéndole, eso sí, los inevitables mosaicos de proletarios felices propios de las dictaduras de izquierdas. Cuando cayó el muro, los cristianodemócratas alemanes no derribaron el edificio como símbolo -nada menos- de dos terribles dictaduras sucesivas, sino que lo rehabilitaron, limpiaron los mosaicos para que los disfruten los turistas, mantuvieron la majestuosidad de las líneas arquitectónicas de Sagebiel y situaron allí el Ministerio de Finanzas (muy acertado, por otra parte).
En Roma y otras ciudades italianas abundan edificios de la avanzada arquitectura de la época fascista. En Madrid, los llamados ‘Nuevos Ministerios’ y algunos otros edificios son una muestra de la arquitectura franquista, que comparte elementos comunes con la nazi, la fascista italiana y, no se espanten, con la soviética.
En Palma existen unos pocos ejemplos de esa arquitectura, pues el regionalismo impregnó la mayor parte de los edificios públicos de la época diseñados por arquitectos mallorquines, como el de correos o la delegación de hacienda. El caso prototípico de arquitectura franquista es el edificio de la Delegación de Gobierno, cuyas líneas exteriores y cuya entrada, adornada con preciosas esculturas de la época, son de clara inspiración fascista. ¿Alguien ha solicitado su derribo? Ni los de Podemos.
Sin embargo, en Palma poseíamos un único conjunto escultórico monumental muestra de la época, precisamente el llamado monumento a los ‘héroes del crucero Baleares’, erigido, con ayuda de una suscripción popular, en recuerdo de los centenares de víctimas mallorquinas embarcadas en dicho buque durante la guerra civil como oficiales, marineros o flechas navales, adolescentes enrolados para combatir. El monumento fue cercenado hace años, tras sufrir la escultura que había al pie las iras del revanchismo más obtuso, incapaz de apreciar otra cosa en ella que el culto al franquismo. Bastantes años después, bajo el mandato de Aina Calvo, se retiró el escudo de la España preconstitucional, vigente, por cierto, hasta 1981 –como si fuera ofensivo-, y se suprimieron las loas a la marina nacional y a los ya citados ‘héroes’, colocando una placa explicativa, en aplicación de toda esta monserga políticamente correcta denominada ‘memoria histórica’, que mete en un mismo saco el derecho legítimo de las familias de las víctimas republicanas de la represión franquista a la localización de sus familiares y a la completa restitución de su honorabilidad y derechos, con el afán negacionista de borrar todo símbolo de ese pasado.
El conjunto escultórico, con el flecha naval malerido y brazo en alto era, claro, de simbología fascista, quién lo duda, y la ideología que lo amparó es abominable y repugnante, pero era plásticamente hermoso. Cercenarlo fue un completo error y una muestra del bajo nivel de nuestros políticos. No era una escultura ecuestre de Franco, ni contenía ningún mensaje ofensivo para nadie, era solo eso, el recuerdo de una época que no debe repetirse y que produjo miles de víctimas, entre ellas, las del crucero Baleares.
Me gusta escuchar todo tipo de música, y entre otras cosas, acostumbro a buscar grabaciones de himnos de todo tipo y condición. Y les aseguro que me encantan por igual el himno soviético –que los rusos reciclaron, como los alemanes hicieron con el Deutschlandlied-, la Marsellesa, el desgarrador A las barricadas del bando republicano y el Cara al sol falangista. Y no soy, se lo aseguro, ni nazi, ni franquista, ni comunista, ni francés o alemán. Supongo que me entienden.
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