Martes 01 de septiembre de 2015
Muy apreciado señor González Márquez:
Le escribo esta misiva en nombre de unos cuantos amigos catalanes que me ruegan le haga llegar sus breves comentarios en respuesta a su generosa carta publicada en el “absolutamente independiente” periódico “El País”.
El tono general de la citada carta respira un aire tan y tan trasnochado que remite, sin fisuras, a la literatura pedagógica promovida por el General Franco a través de los libros de texto de la excepcional asignatura llamada, sin eufemismos, F.E.N (Formación del Espíritu Nacional). He hojeado alguno de estos volúmenes sagrados y ya amarillentos, y he podido constatar que la frase más utilizada es “nuestro destino común”; justo la expresión que usted remarca al comienzo de su escrito. Parece que vuelve la tendencia retro.
Según su particular punto de vista, “se siente la fractura de la convivencia en Catalunya (bueno, Cataluña)”. Debe de ser cierto: en mis últimas estancias en Cataluña he notado, particularmente, un ambiente salvaje, feroz, de enfrentamiento social en las calles y plazas. La gente, el pueblo llano, ha pasado – en los tiempos recientes- de insultarse gravemente a agredirse manualmente, utilizando para ello, todas las herramientas a su alcance, como adoquines, tapas de cloaca, semáforos, rótulos callejeros y, en algunos casos, gruesos trazos blancos de paso cebra arrancados violentamente de la calzada, ahora notablemente ensangrentada. Claro que “se siente la fractura”: solo hay que ver la cantidad de escayola repartida entre la población.
Mis amigos catalanes dicen que ellos no lo han visto pero que parece ser que en muchas ciudades y pueblos de Cataluña las tiendas y viviendas de los españoles aparecen marcadas con una “E” bañada en pintura roja.
A los niños catalanes se les ve deambulando por las calles “inmersos” en una terrible desolación afectiva debido a que solo saben hablar catalán y no disponen de medios para poder expresarse con los niños españoles; únicamente juegan juntos los pobres niños mudos.
Comenta usted: “(la situación) es la más parecida a la aventura alemana e italiana de los años treinta del siglo pasado…”. Seguro que sí. Con solo repasar un mínimo de historia se entiende que las dos situaciones son prácticamente idénticas. En Barcelona, los marcos y las liras sufren una tal inflación que para pagar una caja de cerillas hay que dar el mismo peso en papel moneda que el necesario para decorar el comedor de una casa.
Compañero “Flipy”: mis amigos catalanes creen que lo mejor para frenar esta convulsión nacionalista sería retirar todas las banderas “esteladas” (material subversivo y agresivo de alto valor inflamable) e izar, en su lugar, banderitas con las siglas de G.A.L. y F.I.L.E.S.A. que rememoren sus tiempos más brillantes y eficaces como presiente del gobierno español.
Mis amigos catalanes le instan, finalmente, a continuar con sus “catilinarias” dirigidas al pueblo catalán: nacen nuevos independentistas a cada carta. Yo, por si acaso, he instalado un rótulo en mi buzón que reza: “no admito correo comercial ni político”.
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