Domingo 23 de agosto de 2015
Una de estas calurosas tardes tuve el placer de disfrutar de un exquisito documental en un canal de televisión. Trataba sobre el calentamiento del planeta y los efectos devastadores para nuestra civilización y todo lo que nos rodea. Lo más preocupante es que no se trata de vaticinios o predicciones que hace tiempo efectuaron científicos y organizaciones ecologistas, hacia sucesos que ocurrirían en un lejano futuro, si no que esta ocurriendo actualmente y debemos cambiar el modelo contaminante de vida.
Este reportaje trataba sobre la realidad latente que sucede hoy en la actualidad. El Polo Norte y Polo Sur se están derritiendo; se van fundiendo. Gigantescas extensiones de hielo llenas de vida e imprescindibles para nuestro planeta se diluyen en el mar. Entre otras calamidades, esto conllevará el aumento del nivel de las aguas con la consecuente desaparición de litorales costeros, zonas de playa e innumerables núcleos urbanos. Pero el constructivo documental no prestaba tanta atención a lo que nos sucedería como efecto en cadena como a lo que ya estaba ocurriendo a los moradores del Polo Norte.
El protagonista principal de la historia era un oso blanco adolescente que un buen día se balancea estupefacto entre ingentes bloques de hielo que se fragmentan a una velocidad de vértigo. Sus presas habituales, las focas, han huido despavoridas; y a él no le queda otra opción que largarse tras su comida. Cabe reseñar que el motivo del éxodo tanto de osos como de focas no es otro del que se han quedado sin hogar. Su patria se ha fundido. Nuestro mal llamado progreso con su falta de escrúpulos y respeto hacia el resto de especies incluida la nuestra, les ha conducido al límite del exterminio. Nuestro osito en cuestión se desplaza de un bloque a otro de hielo hasta que las fragmentaciones resultan tan minúsculas que lo arrojan al mar ártico.
El oso en su afán de supervivencia decide tomar rumbo hacia el sur tras las focas. Con el estómago medio vacío pasa días y noches nadando y sin dormir. De día se orienta vía posición del sol, por la noche a través de las estrellas. No sabe de cartografía ni de sextantes pero no se pierde. A lo largo de su arduo viaje hacia la costa de Canadá tal vez tenga la suerte de pillar algún bocado: algún pez, alguna cría de foca despistada. Son más de quinientos kilómetros que lo separan de una muerte segura. Pero su colosal esfuerzo, su abnegada perseverancia y los consejos de su madre ejecutados de forma impecable lo llevan a la costa.
Contemplando este heroico panorama imagino que muy pocos seres humanos serían capaces de realizar semejante hazaña. A menudo no valoramos la capacidad e inteligencia del resto de los seres que junto a nosotros o a pesar de nosotros comparten el planeta. Es una pena. Si aprendiésemos algo más de ellos posiblemente seríamos mucho mejores.
El osito blanco del documental está feliz por haber llegado a tierra. Se le nota fatigado sobre la hierba. Pero ahora no tiene nada para comer. Tal vez deba cambiar su dieta.