Emilio Arteaga | Lunes 29 de junio de 2015
La ruptura de las negociaciones entre el gobierno griego y las instituciones, sobre todo con la Comisión y el Eurogrupo y la convocatoria sorpresiva por parte de Tsipras de un referéndum en Grecia el próximo domingo, para que los ciudadanos helenos voten si aceptan o no las condiciones para conseguir nuevos créditos, que permitan a Atenas ir pagando los vencimientos de los intereses de la deuda, nos colocan de nuevo ante una realidad que ya nadie cuestiona, la inestabilidad de la unión monetaria no tiene solución si no se completa con una mayor integración económica, fiscal y, en último término, política.
Solo la famosa frase política de Draghi: “haremos todo lo que sea necesario para mantener la estabilidad del euro”, salvó en 2012 la gravísima situación que se había creado en aquel momento. Y sin embargo, es muy dudoso que tuviera la competencia política para tomar esa decisión. El Tribunal Europeo de Justicia validó la decisión y, recientemente, el Tribunal Constitucional alemán también ha sancionado la legalidad de la compra de deuda pública de los estados miembros por parte del BCE, que había sido puesta en cuestión por diputados y senadores alemanes, pero, en ambos casos, los argumentos jurídicos han sido muy sutiles y sofisticados para declarar legal una competencia que, probablemente, no está prevista en los tratados fundacionales de la unión monetaria ni en los estatutos del propio banco central.
En un reciente artículo, el filósofo alemán Jürgen Habermas expone la incongruencia de que los políticos, él se refiere a los alemanes en concreto, pero es aplicable a los de los demás países, estén actuando como meros ciudadanos acreedores, exigiendo el cumplimiento estricto de los vencimientos de la deuda griega y no como políticos que busquen soluciones políticas a un problema esencialmente político.
Dado que existe un consenso casi unánime entre los expertos de que Grecia no podrá pagar la deuda, todo el conjunto de decisiones que se vienen tomando desde hace años nos ha conducido a la situación actual, ya que no se ha hecho sino prolongar la agonía. También escribe Habermas que los políticos no pueden seguir impasibles ante las consecuencias catastróficas para la población provocadas por las políticas neoconservadoras impuestas por el FMI con su aquiescencia y que se añaden al saqueo de la economía griega (y otros países) por parte de sus elites corruptas. En definitiva, hay que dar un cambio radical y pasar a hacer política y a buscar soluciones políticas, para el problema griego concreto y para la necesidad de mayor integración económica y fiscal de la zona euro.
Los actuales gobernantes griegos tampoco han sido hábiles ni coherentes en la negociación, quizás en parte por inexperiencia, quizás en parte por convencimiento ideológico de una cierta superioridad moral, lo que no es aceptable, pero es innegable que fueron elegidos por los ciudadanos para conseguir una solución a la desesperante situación de gran parte de la sociedad. Lo que no sabemos es si han actuado de buena fe, o han seguido un plan deliberado para provocar una situación límite, pero, al menos por el momento, deberíamos concederles el beneficio de la duda, puesto que son, sin duda, la parte más débil y frágil de esta situación.
Si Alemania es quien lidera Europa, y lo es, debe empezar a ejercer ese liderazgo político. Y los gobernantes y parlamentarios alemanes, y todos los ciudadanos alemanes en general, deberían recordar que su despegue económico, del que siguen disfrutando hoy en día, empezó cuando se les condonó la mitad de su deuda en el Tratado de Londres de 1954. Grecia jamás podrá pagar su deuda actual y la política de ir concediéndoles nuevos créditos para que vayan pagando los vencimientos, no hace sino agravar la situación y condenar a la economía griega a la asfixia permanente y al pueblo griego a la miseria interminable.
Lo que resulta especialmente repugnante es la reacción del, por desgracia, presidente de la comisión, el ínclito Juncker, que se hace el ofendido con Tsipras y con el gobierno griego, cuando siendo él primer ministro de Luxemburgo se diseñó toda una ingeniería financiera que permitió a muchas empresas multinacionales ahorrarse, legal pero inmoralmente, miles de millones de euros en impuestos que no pagaron en diversos países europeos.
Y lo que además de repugnante es vomitivo, son las advertencias apocalípticas de algunos políticos conservadores amortizados, como Aznar o Sarkozy, que aparecen como profetas del día del juicio final, intentando sembrar entre los ciudadanos el miedo ante la posible llegada a los gobiernos europeos de opciones políticas que no comulgan con sus programas neoconservadores de austeridad. Austeridad para los ciudadanos, por supuesto, no para las elites financieras y los políticos venales subordinados a ellas, que son en gran parte responsables de la crisis actual.
Los ciudadanos deberemos ser, en última instancia, quienes decidamos hacia donde debe ir Europa. Los políticos deberán presentar alternativas que nos permitan elegir entre los dos únicos caminos que parecen viables: avanzar hacia una mayor integración fiscal, económica y, en definitiva, política, o desandar una parte de lo recorrido hasta ahora y volver a una comunidad económica de estados que priman el interés propio y se miran unos a otros con recelo y suspicacia.
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