Joana Maria Borrás | Miércoles 22 de abril de 2015
No puedo consentir que alguien diga públicamente que los jóvenes licenciados de hoy, no se toman en serio su futuro, no se esfuerzan lo suficiente o no tienen la valentía o el coraje que tenían otras generaciones anteriores.
No pienso tolerar en silencio que alguien menosprecie a miles de jóvenes que, durante las últimas generaciones, se han educado regresando por las tardes a su casa, renunciando a los dibujos, a las videoconsolas y se han pasado horas preparándose para un futuro que sus padres (con toda la buena intención del mundo), idealizaron si estudiaban mucho, si además, eran deportistas, jóvenes sanos, inteligentes, constantes, estoicos.
No pienso tolerar en silencio que alguien diga públicamente (y lo he oído hace pocas horas), que no se esfuerzan lo suficiente, que no son buenos emprendedores y que les falta garra.
Gran parte de esos jóvenes han salido de nuestras Islas y todavía no han regresado. Mendigan puestos de trabajo por ochocientos euros al mes, con el horario del bizcocho (como dicen ellos), de 8 a 8, y sin expectativas de poder trabajar en aquello para lo que han estado estudiando durante años.
Hay generaciones que fueron privilegiadas en este aspecto. Miles de estudiantes que pudieron elegir carrera y colocarse casi inmediatamente después de una oposición o una prueba de acceso a la empresa privada y, ahí están, ahí estáis, los que tuvisteis esta suerte y ahora leéis este artículo.
Sin embargo, después de vosotros, varias generaciones de damnificados todavía no reconocidos como tales, están deambulando por el mercado laboral sin que los políticos apuesten por ellos.
Propuestas electorales de todo tipo llueven como chuzos de punta en este momento, pero no veo identificados los problemas de los jóvenes licenciados, con talento o sin él, que ahora mismo, son zarandeados por el sistema, por la insolidaridad de quienes ya tienen la vida solucionada, o por la ceguera electoralista.
Ello no obstante, envidio su capacidad de adaptación, su valentía al no intentar enfrentarse con la difícil situación a gritos o palazos, su silencio valiente por estoico, su gran capacidad para emprender nuevos proyectos alejados de sus sueños.
No es tan sólo emprendedor el que monta un gran negocio que triunfa, sino también aquellos que son capaces de remontar renunciando a sus sueños y creciendo profesionalmente en ámbitos que jamás soñaron sobrevolar.
Que vacuas son las palabras de quienes viven encerrados en los parámetros obsoletos, de una forma de hacer y de vivir, que está en desuso por gastada. Donde el triunfo se mide por parámetros que, para la mayoría de estos jóvenes, son ridículos, tristes caretas de disfraz, de aquellos quienes necesitan sumergirse en la hoguera de la vanidad para sentirse alguien importante.
La mayoría de ellos, esos jóvenes licenciados, afortunadamente, ya no sueñan con lo mismo.
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