Conversaba con un buen amigo y coincidíamos que el comer es un placer al igual que otros muchos placeres de la vida. Y como tal deleite nos gusta compartirlo con nuestras amistades, familiares, etc…
Todo ello se torna vanidoso y enfermizo cuando en la época en la que vivimos queremos compartir en las redes sociales hasta el plato que nos vamos a comer y la foto final del plato comido.
Las
redes sociales han cambiado la forma que tenemos de entender la realidad. Todos nuestros actos se han convertido en el escaparate del perfil del
Facebook o en nuestro 'timeline' de
Instagram.
Las fotografías han dejado de ser bonitos recuerdos para convertirse en el minuto a minuto de nuestro día a día y con poco más de una década irrumpiendo en nuestras vidas cual adicción necesaria, las redes sociales han ido mutando en cuanto a sus formas, objetivos y usuarios.
Reconozco que existen desde mi punto de vista dos tipos de usuarios en las redes, los espias-cotillas y los vanidosos-presumidos, cada cual tiene su estrategía y forma de ver la vida; pero si a ello se le suma el simple enfermizo, sin sentido y la maníaca costumbre de subir lo que come la acción se vuelve ordinaria.
El comer es un placer cada vez más de moda y con tanto chef estrella y cantidad de concursos de cocina para los más entendidos paladares, dan a las fotos de los platos elaborados la relevancia y el interés de ser el ingrediente final para colgarse en las redes.
Hemos llegado a un punto en el que parece más importante cómo lo cuentes que lo que cuentes. No es lo mismo estar cenando en el sofá comida china precocinada que escribir en el muro de tu Facebook "comiendo shushi con mi chico", descubrir que tu pareja te pone los cuernos es bastante más triste que expresar: "¡¡Otra vez soltero!!"
Los emoticonos, las admiraciones y las fotografías nos ayudan a enfatizar sentimientos y hechos que una vez maquillados pueden no guardar relación alguna con la realidad.