EDITORIAL

Pena de Twitter

Lunes 09 de marzo de 2015
En pocos días hemos vivido dos casos absolutamente lamentables de utilización torticera de las redes sociales para acabar con el prestigio de dos personas sin que hayan tenido la más mínima posibilidad de defenderse de las acusaciones vertidas en la red contra ellos. Nos referimos al caso del prior de Lluc, mosén Antoni Vallespir, y el adiestrador de delfines José Luis Barbero.

A pesar de que son casos sustancialmente distintos, ambos se han visto afectados por informaciones que ellos reputaron no ajustadas a la realidad. Las redes sociales han ejercido una presión brutal condenándolos de antemano y en juicio sumarísimo en Internet, sin defensa alguna. Vallespir ha sido acusado de abusos sexuales a un menor de la escolanía dels Blavets de Lluc en los años 90 y tras el revuelo generado, el obispo de Mallorca Javier Salinas decidió apartar de sus funciones al prior del monasterio más importante de la isla de manera cautelar. Barbero fue acusado a través de un vídeo colgado en Internet de maltrato a los  delfines que estaban a su cuidado en el delfinario Marineland. Tras la difusión del polémico vídeo, el entrenador al parecer vio truncada una posible opción laboral en Estados Unidos y días más tarde apareció su cuerpo sin vida en el aparcamiento del aeropuerto de Son Sant Joan en circunstancias que investiga la Policía.

Internet se ha convertido en un campo de batalla sin reglas, salvaje, donde cualquiera puede atacar a su prójimo a traición y brutalmente, desde el anonimato y sin ninguna consecuencia para sí, por más abyectas y falsas que sean las acusaciones. En un principio los acusados acostumbraban a ser políticos, víctimas propiciatorias de las hordas de internautas, sin que nadie se mostrara concernido. Ahora el despellejado puede ser cualquiera, nadie está a salvo. En esto se han convertido las redes sociales, un terreno donde todo parece valer para destrozar la vida ajena a golpe de tuit.

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