OPINIÓN

Telebasura (Por no hablar de París)

Jaume Santacana | Martes 13 de enero de 2015
¿Cuánto tiempo hacía que no se les aparecía esta famosa expresión? Hubo un momento –cuatro o cinco años atrás-en que la mezcla entre televisión y basura era algo más que cotidiana; su reiteración era constante. Y, sin embargo, esta tipología de producir imágenes y sonido en los contenidos de algunos programas no ha desaparecido; antes al contrario: se ha incrementado notablemente.

Esta historia empezó, como quien no quiere la cosa, cuando apareció en España la televisión privada. En TVE, Una, Grande y “Libre”, se realizaba televisión cutre y facha, con la bendita excepción del espacio dramático “Estudio 1”, en el que se grababan dignísimas obras de teatro nacional e internacional: un oasis en medio del gris totalitarismo imperante. Más tarde, con la irrupción de algunas televisiones autonómicas, de Euskadi, Catalunya y Galicia, cierta brisa renovó el ambiente y la audiencia ganó en calidad y frescura, tanto a nivel de contenidos como en su estilo formal, además del elemento básico de la proximidad. Y llegaron las privadas: aterrizaje sólido de los italianos con la ayuda de la ONCE.

Entran en escena las “mamachichos” de la mano del mismo hombre que había “innovado” TVE con sus delirantes y psicodélicos zooms, el rumano (talentoso, brillante, adivino y excelente profesional) Valerio Lazarov. Un tal Pepe Navarro y otros comediantes amantes del show-bussines sacan a la luz formatos con contenidos escabrosos al límite de la desvergüenza. Y se hincha el globo. Entre tanto, nacen otras televisiones autonómicas (también IB3) que siguen dando un poco de oxígeno a la situación.

Se comienza a utilizar el término de “ telebasura ” para referirse a algunos programas en los que la temática presentada es escandalosa y ambigua, aunque lo prioritario son los titulares, no las personas que interpretan sus opiniones. Hoy en día, las noticias y sus secuelas ya no se plantean como básicas: el punto fundamental del programa se traza sobre un grupo de personajes medio tarados (que sobreactúan sus respectivos roles) y que se dedican, groseramente, a destrozar, aniquilar y descarnar a todo aquel personajillo público que se precie; o bien a machacar, exprimir y enrojecer a pobres tipos, sujetos de situaciones complicadas, sentimentales o físicas, gente ligada a la pobreza, a la miseria, a la mediocridad injusta… en definitiva, al pueblo llano y sin posibilidades de interlocución válida; todo un abuso.

Intentemos no ser hipócritas ni fariseos ni ingenuos ni necios ni gilipollas: la gente, el Pueblo, todos nosotros, adoramos este tipo de televisión; nos pirramos por los chismorreos (falsos o ciertos) y chorreamos emoción y llanto ante tamaño desfalco moral. Procuremos no juzgar ni sentenciar frívolamente. Finalmente, proporcionamos dinero (a través de la publicidad) a las grandes empresas mediáticas: ellas necesitan pasta gansa y nosotros requerimos “sangre”. Empatados. Oferta y demanda en estado puro.

Por cierto: ¿alguien me podría explicar alguna diferencia entre el limón y la naranja, a parte del color y cierta graduación de sabor?

Y un por cierto final: ¿se sienten felices los familiares y amigos del policía asesinado por los terroristas islámicos en París después de ver mil veces por día el crimen perpetrado sobre su allegado?

Noticias relacionadas