Emilio Arteaga | Lunes 22 de diciembre de 2014
Todos conocemos gente que cada año, al llegar estas fechas, cuestionan el sentido de las celebraciones navideñas. Dejando aparte los motivos de índole personal o de aversión irremediable a las fiestas, los esgrimidos con más frecuencia se refieren a su carácter religioso, en concreto cristiano, contrapuesto a la militancia agnóstica, atea, o simplemente racionalista y laica de los que sostienen tales opiniones.
Sin embargo, la celebración del solsticio de invierno, con diferentes nombres, es mucho más antigua en Europa que el cristianismo. Los romanos celebraban las Saturnales, en honor de Saturno, dios de la agricultura y para festejar el fin de las tareas del campo y el inicio de la temporada de invernal de descanso y tranquilidad, en estas mismas fechas. Un elemento muy importante de las fiestas era el agasajo de los patronos a los trabajadores y esclavos, que incluía invitaciones a comidas y entrega de regalos. También celebraban el 25 de diciembre el día del nacimiento de Sol Invictus, cuyo culto era predominante en las legiones, que eran la base y el eje del poder de Roma y el sostén del imperio.
Existe la teoría de que la iglesia cristiana romana decidió ubicar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, precisamente para contrarrestar el culto al Sol Invictus, así como para transformar las Saturnales en una celebración cristiana, la Navidad. Muchos académicos no comparten este punto de vista y opinan que los cristianos de los primeros siglos fijaron la fecha en base a cálculos realizados según criterios derivados de determinadas creencias habituales en los cultos propios de oriente próximo.
Pero sea cual sea el origen, la coincidencia en el calendario de la Navidad con las Saturnales y el día de Sol Invictus parece algo más que una mera coincidencia. De hecho, gran parte del calendario litúrgico del cristianismo, del católico en particular, tiene curiosas concomitancias con celebraciones paganas anteriores.
Hace unos años, con motivo de las negociaciones para la redacción y aprobación de la constitución europea, las fuerzas políticas y sociales de derechas, algunos liberales y las iglesias cristianas presionaron duramente para que se incluyera una referencia explícita a la herencia cristiana como elemento forjador de la identidad europea. A ello se opusieron la mayoría de partidos de centro izquierda, izquierda, liberales y movimientos ecologistas y alternativos, que consideraban que la esencia de la identidad europea procede del racionalismo, del respeto a la libertad individual, a todas las creencias y de la laicidad, valores que viniendo de los griegos y los romanos empezamos a recuperar en el Renacimiento y, sobre todo, a partir del siglo XVIII, el de las luces y la Ilustración, después del largo periodo de preeminencia religiosa de la Edad Media.
Si sería absurdo negar la influencia del cristianismo en la conformación de Europa tal como la conocemos, no es menos cierto que Europa influyó en el cristianismo. La religión cristiana, desde que se convirtió en la religión oficial del imperio, inició un proceso de adaptación a la idiosincrasia europea, muy diferente de la de los pueblos del próximo oriente, donde había nacido como emanación del judaísmo. Y esta adaptación mutua no ha cesado hasta el día de hoy, de modo que podría decirse que si el cristianismo cristianizó Europa, también Europa europeizó al cristianismo.
A diferencia de la mayoría de religiones surgidas del Asia menor, las creencias cristianas no incluyen ningún tabú alimentario. No consideramos que haya alimentos ni animales impuros, ni ingredientes que no puedan mezclarse con otros, ni ninguna prohibición parecida. Gracias a ello podemos celebrar estas fiestas con un buen jamón de cerdo ibérico, con una porcella de porc negre rostida con patató y moniatos blancos, unos buenos canelons de carn d’olla y restos del rostit con una bechamel espesa y gratinados con un buen queso de cabra y regarlo todo con buen vino y también podemos brindar con un buen espumoso de calidad méthode traditionnelle.
Estas fiestas hunden sus raíces muy profundamente en la historia de Europa. Los europeos llevamos miles de años celebrándolas, con distintos nombres y bajo la invocación de diversas religiones y desde siempre han sido días de paz, de reunión familiar alrededor de una mesa bien servida, de generosidad con los menos favorecidos y de entrega de presentes y regalos. Así que, ya seamos cristianos, agnósticos, ateos, racionalistas, nihilistas o neopaganos, estas festividades son nuestras por igual. Y los de cualquier otra religión u origen cultural están también todos invitados a celebrarlas con nosotros, si quieren, claro está.
¡Feliz Navidad!.
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