OPINIÓN

La Iglesia

Pere Muñoz | Domingo 07 de diciembre de 2014
Sé que es poco común hablar de religión. Mucha gente rehúye el tema para no ser tildado de retrogrado, tradicionalista, facha, impositivo, inquisidor, etc. Sé que la moda más postmoderna es criticar a la Iglesia, odiarlos, hablar mal de ellos, hacer mofa, sacar sus trapos sucios y no mencionar sus elementos positivos. Hoy seré progresista, innovador, emprendedor, normal, y hablaré de religión y de mi iglesia, la católica.

No creo en una Iglesia dogmática y retórica. Creo en una narrativa basada en lo cotidiano, que trate los problemas de la gente y de luz, que exponga realidades, que ayude a la identificación de las personas con el mensaje cristiano. No creo en una liturgia pasiva, donde los feligreses demuestran su memoria y su capacidad física levantándose y sentándose cuando toca. Creo en la participación, en la reformulación de las celebraciones. No creo en una Iglesia exclusivamente dominical. Creo que en una Iglesia que hace comunidad, que crea vínculos, que sale fuera de los templos. No creo en una Iglesia basada en una autoridad derivada de una estructura organizativa. Creo en una autoridad basada en el ejemplo, en la capacidad de convencer, en la capacidad de hablar y escuchar, en el saber transmitir. No creo en una Iglesia no democratizada. Creo en una Iglesia abierta, donde laicos y clero tienen papeles complementarios, donde la mujer no es la chacha. No creo en una Iglesia institución. Creo que una Iglesia comunidad de fe, emocional, afectiva, ejemplo de vida, útil para las personas.

Los católicos tenemos motivos sobrados para avergonzarnos del pasado y del presente de la Iglesia; muchos han sido los errores y pocos los propósitos de enmienda. Pero también es verdad que tenemos motivos suficientes para sentirnos orgullosos de grandes personajes de la Iglesia, de personas completamente anónimas que hacen un trabajo ingente, de excelentes teólogos que han sido asesinados por luchar a favor de una iglesia liberadora, de entidades y colectivos que trabajan con los “traspasados” –lo más necesitados—de hoy en día, de algunas acciones del Papa Francisco que han dado vida, aire y esperanza a una Iglesia que demasiadas veces se encuentra lejísimos del pueblo al cual se dirigen, de una Iglesia de Mallorca que está cambiando. Evidentemente, los retos están ahí, pero sería injusto no reconocer los aciertos.

Hace 2.000 años alguien intentó cambiar el mundo, hacer que las personas fueran más felices. Y para ello lucho contra el poder establecido, se enemistó con los opresores, se acercó a los más necesitados… Veamos si 2.000 años después, hoy, conseguimos tener una Iglesia digna heredera de aquel señor crucificado por unos ideales, por un mensaje, por un compromiso y por una identificación con los problemas de la gente de su tiempo.

 

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