OPINIÓN

Una tarde en Porto Pi

María Juan | Domingo 30 de noviembre de 2014
Miedo dan las aglomeraciones, los abusos y la dejadez de los que deben hacer cumplir la ley. Esta conjugación lleva a los accidentes, a la dictadura del poderoso y al imperio de la república bananera.

Miren por dónde, todo esto también se da en un centro comercial de Palma. Igual que pasa a pie de calle, en muchas empresas y en algún organismo oficial.

A mí me da pena y rabia que ésta sea una realidad cotidiana y nos crucemos de brazos ante ello. Sí, permitimos que nos domine la injusticia sin tomar medidas, las únicas a nuestro alcance: las urnas.

La ley no es igual para todos. Ya está bien.

Se libra del cumplimiento de la ley, el empresario que abusa de la coyuntura y de la necesidad del trabajador, ofreciéndole un contrato de cuatro horas, para qué trabaje ocho. ¿A cuántos conocemos padeciéndo esta injusticia? Aceptamos por miedo y por necesidad, por supuesto. Pero no podemos cerrar los ojos ante este abuso digno de cualquier dictadura caribeña.

Y un centro comercial, que en realidad es una trampa mortal, dónde los trabajadores que alquilaban los espacios para ganarse la vida, lo hacían en circunstancias ilegales, pero nadie, ningún organismo oficial, ninguna patrulla verde, ni ayuntamiento ni concejalía de nada, ha pedido papel alguno, permiso ninguno. Nada. Igual que Hacienda.

Es una espiral de caciquismo y de abuso, y tirando del hilo todo tiene sentido. Aunque no hay derecho. Es todo muy sencillo, el empresario subvenciona en sobres al que ocupa el cargo político para evitarse gastos y aumentar ingresos, a costa de lo que sea, incluso de vidas humanas. Así es libre para seguir engrosando sus cuentas en el extranjero y recibir pleitesía. Al político le dejan hacer tranquilo, sin cuestionarle sus acciones y dándole alguna dádiva, por supuesto. Mientras ellos se ayudan y se tapan, nosotros trabajamos con contratos indignos e indignantes. Pero es esto o nada. Y así, después todos al centro comercial con vistas a la bahía. Desde la primera fila, podemos ver cómo un pez gordo desde alguna torre de marfil y sangre, sigue engordando.

A mí esto me da miedo. Mucho. Ver cómo se cercenan nuestros derechos, cómo perdemos calidad de vida y no queremos usar nuestro derecho a réplica. Miedo me da que políticos de izquierda y sindicatos actúen y se relaman como un cacique más. Untados.

Un señor con coleta, sin experiencia alguna en gobiernos, con un discurso aún lejos de ser firme y ofreciendo serias dudas, no asusta. Son solo palabras. Nosotros decidiremos que ha de ser. Pero si nos azuzan y atemorizan mentándonos a la dictadura y al comunismo más negro, no les hagan caso: ellos, todos juntos: empresarios, políticos de todos los colores, sindicatos, banqueros y ciudadanos sin opinión, nos han abocado a un modus vivendi cada vez más medieval. La alternativa está en nuestra conciencia.

Hasta pasar la tarde en Porto Pi puede ser una amenaza.

 

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