OPINIÓN

Cayetana

Jueves 20 de noviembre de 2014
Nació para ser duquesa pero ella siempre quiso ser llana, del pueblo, hasta decía sentirse gitana. Le encantaban los toros, el flamenco y su ex yerno torero, hasta que éste decidió pleitear en los juzgados contra su hija por la custodia de su nieta. Se casó tres veces: con quien debió, con quién quiso y con quien se le antojó. Y murió ayer, también como dispuso, en su ciudad, en su palacio y rodeada de los suyos. Sevilla la despide como a una reina, como sólo los andaluces saben hacerlo, con palmas, lágrimas y en la calle. No es lo mismo morirse en Madrid que en la capital hispalense. El Ayuntamiento de Sevilla brinda el último adiós a su gran embajadora cediendo el consistorio para que el pueblo se despida de una aristócrata cuya familia recibe hoy condolencias del mundo entero. Cayetana Fitz-James Stuart se puso el mundo por montera, fue libre porque pudo y vivió fiel a sí misma. Doña Cayetana donó en vida su herencia a sus seis hijos para que le dejaran casarse con un señor 24 años más joven que ella, con oficio pero sin mucho beneficio. Un admirador de la Casa de Alba, de sus tapices y de su anciana esposa, a quien acompañó en sus viajes intrépidos y en la enfermedad hasta sus últimos días. Vivió junto a la duquesa sus mediáticos chapuzones en Ibiza y compró pulseritas en los mercadillos de Dalt Vila, haciendo también bandera de lo “nostro”.  Quienes la conocieron en vida la recuerdan humilde y generosa. Las iglesias y conventos de Sevilla dan fe de ello, nadie como la Duquesa de Alba ayudó a financiar sus desperfectos. Cayetana de Alba dijo en su día que fue mejor esposa que madre, quizá porque nunca tuvo una. Huérfana de madre a los seis años, la duquesa compartió guateques con la reina de Inglaterra e hizo el vacío a Francisco Franco. La Duquesa conquistó a la prensa del corazón a golpe de cortes de manga  y desprecios a los novios y novias de sus hijos, y se rindió ante Felipe González, de quien siempre se declaró fan junto al equipo de sus amores, el Real Betis. Con la Duquesa de Alba, ya elevada a Duquesa del pueblo, los diseñadores Victorio y Lucchino pierden a su mejor cliente y Carmen Tello, fiel escudera, a su mejor amiga. Sevilla se queda huérfana de madre y España pierde a una figura única de la historia reciente de este país.