OPINIÓN

Rostros de ilusión

Jaume Santacana | Martes 11 de noviembre de 2014
No se preocupen: no les voy a pintar este escrito con tinta de ideología, ni de política, ni mucho menos de tonos jurídicos; me ceñiré, exclusivamente, al noble campo de los sentimientos teñidos de emotividad.

Actualmente resido en Barcelona. El pasado domingo, el ya famoso nueve de noviembre (9N, para ser más precisos) salí a la calle muy temprano con dos objetivos específicos: dar mi opinión en el acto de participación ciudadana y, simultáneamente, observar el ambiente.

Lo primero lo realicé con toda normalidad. Ningún problema, ni de conciencia ni de orden público. A lo mejor puse un doble sí; o bien un sí y un no; o, en su lugar, un simple y escueto no. El voto –y por lo tanto la opinión- es secreto. Sé que disponía de todas las opciones a mi alcancé y, con toda naturalidad, ejercí mi derecho con la ausencia absoluta de cualquier presión. Queda dicho.

En cuanto a la segunda parte de mi propósito –observar el ambiente de la jornada- me coloqué mis gafas de persona con una vida dedicada a la imagen y me dispuse a captar mentalmente todo aquello que se me situaba ante mis narices.

Desde el primer instante de mi observación constaté un determinado comportamiento humano, expresado en los rasgos faciales de mis conciudadanos: alegría, emoción, ilusión y una cierta contención gestual (debida ésta, seguramente, a un pequeño poso de miedo a lo desconocido y, para algunos, a espuma de clandestinidad, que no es lo mismo que ilegalidad).

Pude constatar, a primera vista, sentimientos positivos y esperanzadores. Unas sonrisas –algunas, maliciosas pero no malintencionadas- se dibujaban en las caras de padres, hijos, nietos y demás; los matices epidérmicos se marcaban netamente con aires de alegría epifánica y, porqué no, de desafío (con algún apunte de pataleta, de rabieta). Pero por encima de todo sobresalía la ilusión; los rostros de las personas con las que me crucé destacaban, sin lugar a dudas, una gran ilusión. Mis fotografías mentales así lo plasmaron.

Cuando regresé a mi hogar dulce hogar, una pátina de bienestar espiritual me produjo una enorme sensación de hambre que resolví, sin ningún pretexto o disculpa, gracias a una maravillosa pierna de cabrito que me aguardaba en la cocina para ser convenientemente braseada.

Ejerció su derecho a la expresión todo aquel que quiso. Quien no lo hizo tambien estaba en su legítimo derecho. De todas maneras, las abstenciones regulan acuerdos pero no ejercen mayorías.

Sí, sí-sí, no: todas las opciones estaban sobre la mesa. No se podía quejar nadie. No fue una consulta independista: fue un ejercició de libertad de opinión. Solo eso. Tampoco hay como para tirar cohetes; no exageremos.

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