OPINIÓN

Llorones

Jueves 16 de octubre de 2014
Con los años, y recientemente gracias también a Isabel Preysler, he llegado a una profunda y meditada conclusión: no hay que llorar en público. El llanto tiene que ser íntimo y doméstico. Como lavar los trapos sucios, se debería llorar sólo en casa. Salvo los pediatras, no conozco a nadie que aguante tan estoicamente los llantos de un ser humano. Por eso, el único momento en que uno debería llorar a pulmón abierto y ya para el resto de su vida es en el momento de nacer. Cualquier otro llanto público de individuo mayor de cinco años está fuera de lugar. Sea hombre o mujer, porque, después de asistir al concierto de pucheros, llantos y lloriqueos inconsolables de la selección brasileña de fútbol, no toleraré jamás que ningún individuo masculino mencione la frase de “los hombres no lloran” o “no llores que pareces una nena”. El espectáculo lacrimal que nos brindó la laureada selección carioca sobre el césped de Maracaná debería incapacitarles de por vida para volver a vestir la camiseta de su país, porque si el llanto es inadmisible, el puchero es intolerable. Ya nunca veré en ningún hombre la capacidad de contener el llanto de la gran Isabel, que, una vez más, ha dado una lección de elegancia, en este caso emocional, en la despedida de su marido, Miguel Boyer.

Los que no lloran habitualmente lo hacen ante la izada de su bandera nacional y los acordes del correspondiente himno. Es lo que yo denomino el “efecto Rafa Nadal”. Puedes llorar un poco cuando ganas, pero nunca cuando fallas un penalti o pierdes por siete a uno.

Otro momento estelar, propicio para el llanto descontrolado, es la coronación de cualquier “miss” de belleza. No importa si se trata de una elección a nivel local, nacional, internacional o universal. Todas lloran, perdón berrean. Es un llanto complicado ya que deben estar pendientes de la banda, de la corona y del rímel. Es un lloriqueo televisado y fotografiado, como los de las estrellas de cine premiadas en la gala de los Oscar. Éste sí es un llanto de nivel y es casi tan importante como el discurso, en el que, por cierto, nunca hay que olvidar el agradecimiento a las madres. El mejor llanto de recogida de Oscar fue el de la actriz Halle Berry: Apoteósico. En cambio, los lloriqueos de nuestros actores patrios en la ceremonia de los Goya no me seducen nada. Y es que no es lo mismo ver llorar a Gwyneth Paltrow que a Candela Peña.

Otro escenario ante público en el que es vital reprimir la lágrima es cuando te casas. No hay nada peor que ver llegar a una novia al altar llorando a moco tendido. La verdad es que las bodas de juzgado son mucho más contenidas. Y si aun así no puedes reprimir el llanto, olvida el puchero ridículo intentando decir algo y llora, llora desconsoladamente y desmáyate a lo Pantoja.