OPINIÓN

El show de Clooney y demás

Jueves 09 de octubre de 2014
Por fin se ha casado George Clooney. Después de asistir a un despliegue mediático y acuático sin precedentes en los canales de Venecia, el actor norteamericano y la abogada libanesa se dieron hace un par de semanas el sí quiero. Los venecianos aparcaron las góndolas y pusieron a disposición de George, Amal, sus familias y colegas, un cortejo de lanchas que hacían que la ciudad de los canales pareciera la bahía de Dubai un día cualquiera. George ha mutado en Amal. Una abogada libanesa que ama el lujo tanto como a su marido y ha querido que el mundo entero lo sepa. Él, rendido a su primera novia con carrera, ha hecho realidad el sueño de Amal: creerse unos días Angelina Jolie. Y los italianos, que son grandes maestros de ceremonia, han puesto el atrezzo perfecto para que Amal Alamuddin se lo creyera. A Clooney no le hacía falta esta gran boda libanesa. George era aquel actor muy guapo que luchaba por causas perdidas en Sudán y de vez en cuando se permitía el lujo de tomarse un café televisado. O me tenía engañada o me creía su tímida discreción, tan sólo interrumpida de vez en cuando por alguna novia modelo, presentadora de Berlusconi o luchadora libre. Era una licencia que se podía permitir, como pasear de vez en cuando un cerdo con correa por la Quinta Avenida. Luego se retiraba a su palacio en el Lago de Como y todo se le perdonaba. Pero casarse al estilo Amal ha sido “too much”. Posar con la excusa de luego hacer caridad es impropio de Clooney. Pero nada supera el hecho de profanar las aguas de Venecia en una lancha que se llama Amore. Comprar la boda de un mito como George Clooney en un quiosco de cualquier punto del globo y ver a su ya esposa en albornoz con una copa de champagne junto a su madre, también en albornoz y también bebiendo champagne,  y demás damas de la familia Alamuddin posando encima de una cama, es algo difícil de digerir e imposible de olvidar. Esperemos que a George, Venecia le dure siempre y nunca tenga que maldecir el día que mutó en Amal. Mientras tanto, aquí, en España, no hay Amales ni Venecias. Aquí coexiste un ser repugnante llamado Torrente, que arrasa en taquilla, con unos tipejos que tiran de tarjeta ajena y se creen que pueden gastar como Clooney. Esta es la realidad de esta España nuestra, salvo muy honrosas excepciones, porque esta vez y que por favor sirva de precedente, un mallorquín a quien no tengo el placer de conocer, Francisco Verdú, ha sido uno de los, (en este caso) cuatro mosqueteros de Caja Madrid que nunca hizo uso del vergonzoso salvoconducto a gaste lo que quiera. Para “tirar de tarjeta” como si no existiera un mañana se debe cumplir una premisa universal: que la tarjeta sea tuya y solo tuya. Tan solo así podrás rendir cuentas a tu persona y ante nadie más, se llame marido, mujer, o juez Ruz o Pedraz, que son los que ahora están de moda. Garzón ya no se lleva y a “Granmarlaska” hace tiempo que no lo veo subiendo las escaleras de la audiencia con sus zapatos de luxe. Ahora contemplo más al juez Castro, que va en moto y de cuero. No me fijo mucho más en su atuendo porque despido la semana de nuevo con George y Amal, que vuelven a las andadas, es decir, a decorar los tebeos rosas de medio mundo con su ahora luna de miel y, sinceramente, no se ya con qué diablos quedarme, si con los paseos en la motora Amore de Mr. y Mrs. Clooney, con el taquillazo en Eurovegas de Torrente 5 o con el bochornoso desfile de gastos “by the face” de la tropa de Caja Madrid. Elijo lo que haría mi cuñado: ¡Aúpa Atleti y viva Torrente!.

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