Emilio Arteaga | Lunes 06 de octubre de 2014
Hace ya casi dos años decidí cambiar mi rutina de transporte, dejé de usar el coche para trasladarme a diario desde mi domicilio en Palma al hospital de Inca y pasé a ir en tren casi cada día, excepto ocasiones puntuales en que utilizo el coche cuando me es estrictamente imprescindible. Desde entonces he realizado ya varios cientos de viajes que me han convencido de lo acertado de mi decisión. El viaje en tren resulta relajante, te permite contemplar el paisaje, no solo el exterior, también el interior, el paisaje humano que componen los viajeros, charlar con amigos, la mayoría amistades fugaces entre viajeros habituales que acabamos reconociéndonos en el microcosmos de los vagones y, sobre todo, leer.
Reconozco que soy fiel a la letra impresa, al papel y siempre voy pertrechado de algún libro, periódico o revista. Por supuesto, soy uno de los raros lectores en papel. La inmensa mayoría de los viajeros que leen, lo hacen en tabletas o móviles. No soy en absoluto contrario a la lectura digital, de hecho leo la prensa digital y también casi toda la literatura científica en pantalla, pero lo hago en el ordenador, en mi casa o en el trabajo; no me convence en cambio leer en tabletas y aborrezco usar el móvil.
Hoy me he llevado uno de los periódicos de ayer domingo, que aun no había podido leer al completo, sobre todo los artículos de opinión. Entre éstos había variedad, algunos dedicados al inevitable tema de Catalunya, otros a Ucrania, alguno a las perspectivas, no demasiado halagüeñas diga lo que diga el gobierno, de la economía y unos pocos al enésimo escándalo de indecencia y posible corrupción por parte de gestores públicos, el caso de las tarjetas de crédito opacas de Bankia, destinadas al pago de gastos privados por parte de directivos y miembros del consejo de administración de la época de Blesa y de Rato, sin que se considerasen retribuciones y, por tanto, sin declarar a hacienda. En el mismo diario una de las viñetas humorísticas, que siempre suelen resumir la actualidad con precisión quirúrgica, se refería a este mismo asunto, dejando claro el cansancio, el hastío y el asco de los ciudadanos hacia este rosario interminable de mangancias de nuestros dirigentes de casi todos los colores políticos.
Leer estos artículos hizo que se me revolviera el mosqueo crónico que tengo con el tema del inexistente apeadero del tren en el hospital de Inca. Ya escribí hace algún tiempo que resulta difícil de entender como dos obras que se planificaron más o menos al mismo tiempo, el hospital y la recuperación del tren desde Inca a Manacor y a Sa Pobla y siendo así que las vías del tren pasan a poco más de cien metros del hospital, nadie pensase en la conveniencia de un apeadero, que facilitaría el desplazamiento de los ciudadanos al hospital, desde Inca y desde los pueblos, favoreciendo así el uso del transporte público y restringiendo el del coche privado, con todos sus beneficios colaterales de menor volumen de tráfico, menor emisión de gases a la atmósfera, menor consumo de combustibles fósiles y menor siniestralidad viaria.
Noticias relacionadas