OPINIÓN

Medicamentos que matan

Jaime Orfila | Viernes 19 de septiembre de 2014
Los avances farmacológicos impiden el desarrollo de algunas enfermedades y propician la reducción de muchas otras. A algunas las curan, a otras las estabilizan. En general los medicamentos han salvado muchas vidas. Gracias a ellos, los ciudadanos, a lo largo de su vida sufren y controlan muchas dolencias que se van acumulando. Las enfermedades llegan a competir entre ellas para producir lesiones e incluso la muerte.

Hipotensores, antivirales, vacunas, citostáticos, hipolipemiantes, anticoagulantes, antidiabéticos….la lista es interminable. Tanto es así que la expectativa de vida, tanto la global como la libre de enfermedad, no hace sino crecer. Para muchos ciudadanos, el gélido horizonte de los 65 años ha dejado de ser un fin y se ha convertido en el principio de una larga etapa de lozanía, salud y disfrute.

Pero no nos engañemos. Muchos de los medicamentos que tomamos pueden no aportar ningún valor añadido. De hecho, algunos efectos secundarios son muy molestos, en ocasiones graves y en otras pueden llevarnos a la muerte. Se acusa a las autoridades reguladoras que tardan demasiado en retirar del mercado los fármacos sobre los que se acumulan evidencias de sus efectos deletéreos.

Para el médico, mejor dicho para el paciente, es tremendamente importante que el facultativo evalúe el beneficio y el riesgo antes de cada prescripción, la eficacia y la seguridad de cada producto y se sus asociaciones. No todos los medicamentos nos ayudan; algunos ponen en peligro incluso la propia vida.

No en vano, algunos expertos apuntan que después de las enfermedades cardiovasculares y del cáncer, los medicamentos ocupan la tercera causa de muerte. Si, si como lo oyen, por delante de las enfermedades respiratorias, digestivas, reumatológicas, endocrinológicas. –Algunos concretan las muertes debidas a los medicamentos tanto en EEUU como en la UE, en la friolera de 200.000 al año. Entiendan que la situación no es baladí.

La personalización e individualización de los tratamientos es trascendental. Del mismo modo que se debe revisar periódicamente la adecuación de las prescripciones crónicas al estado de la enfermedad y del conocimiento.

La no concepción integral del individuo, la falta de evaluación de las interferencias, la no consideración de las dosis o del tiempo de tratamiento, pueden resultar más dañinas que las propias enfermedades que intentar curar.

En esta línea, en las últimas semanas, para dar luz a estas situaciones se han publicado dos libros de gran impacto. “Medicamentos que matan y crimen organizado” del danés Peter Gøtzsche y “Mala farma” de Goldacre.

De hecho, las conductas que potencian la adherencia a los tratamientos beneficiosos y aquellas que huyen de los medicamentos inefectivos, que no inofensivos, aumentan la cantidad y la calidad de la vida.

Es una partida que debe conciliar nuestro máximo interés. No conviene despistarnos. Nos jugamos, todos y cada uno de nosotros, bastante en el envite.

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