OPINIÓN

Reflexiones valencianas

Emilio Arteaga | Lunes 15 de septiembre de 2014
He pasado este fin de semana en Valencia, en la celebración de la boda de mi sobrino. Por esas  circunstancias de la vida que se dan sin que tengamos control sobre ellas, hacía algunos años que no visitaba la ciudad del Turia, cuando habitualmente lo hacía con frecuencia, dos o tres veces al año. Había perdido, por tanto, el contacto directo con la realidad valenciana y, aunque sí he hablado por teléfono con mi hermano con regularidad, nuestra comunicación se limitaba, lógicamente, a cuestiones familiares, con algunos comentarios genéricos acerca de la situación global, pero sin profundizar en temas concretos.

Estos días me han dado la oportunidad de tener largas charlas con familiares y amigos, la mayoría profesionales de la sanidad pública, algunos de la enseñanza pública y otros del ámbito de la empresa privada, varios de ellos, por desgracia, en situación reciente de desempleo, por cierre de su empresa, incapaz de aguantar la disminución de la actividad comercial y, sobre todo, los impagos de la propia administración pública valenciana.

La impresión que me llevo es desoladora. El sistema sanitario público se aguanta con pinzas y solo gracias a la profesionalidad, el sacrificio y la decencia de su personal. Los recortes salariales y de personal, el cierre de camas y plantas, no solo en época vacacional, el incremento rampante de las listas de espera, maquillado por los directivos del Servei Valencià de Salut, los experimentos de gestión privada que han generado más problemas asistenciales que soluciones, componen un panorama desolador y provocan una gran preocupación y desasosiego en los profesionales, que perciben un futuro en el que será muy difícil enderezar el desastre. Algo parecido pasa en la enseñanza, con el aderezo de un desprecio sostenido hacia el valenciano, con continuos cierres de líneas de educación en la lengua propia y apertura de inverosímiles líneas en inglés.

Percibí un absoluto hartazgo de la corrupción, la ineptitud, el nepotismo y el sucursalismo que han caracterizado la gestión de los gobiernos autonómicos del Partido Popular. El derroche y despilfarro de tantos proyectos que no han aportado nada a la sociedad valenciana salvo gastos desorbitados, infraestructuras inútiles y ruinosas, deuda desbocada y eso sí, pingües beneficios a unos pocos cercanos al poder político y, quizás, a algunos políticos, como atestiguan diversas condenas judiciales y las múltiples imputaciones de miembros del Partido Popular valenciano, incluyendo muchos de los actuales diputados en el parlamento autonómico, alcaldes, concejales y diversos cargos públicos. Baste citar casos tan sonados como Terra Mítica, la Fórmula 1, la copa América de vela, el aeropuerto de Castellón entre otros muchos, algunos poco conocidos fuera de la Comunidad Valenciana. También el desmantelamiento del sistema financiero valenciano, con la ruina de la caja de ahorros de Alicante y la de Bancaja, tras su integración en Bankia, ruina que fue acompañada de la vergonzosa autoadjudicación  de indemnizaciones  millonarias por parte de directivos infames, que no contentos con haber llevado al desastre a las entidades que dirigían, pretendieron enriquecerse, incluso después de haber sido intervenidas con inyección de dinero público. Y la desaparición del Banco de Valencia, una de las joyas de la corona de la economía valenciana, levantado con tanto esfuerzo por empresarios emprendedores y honrados y cuya herencia tan indignamente han dilapidado sus sucesores.

También me comentaron el desánimo que produce la infiltración en la administración pública de una legión de enchufados, que generan una enorme disfunción en su funcionamiento, por ineptitud, por sumisión a las instrucciones del poder político y por interferencia con los funcionarios, quienes, además, no pueden evitar una cierta desmoralización ante tanto favoritismo desvergonzado. El amiguismo, el nepotismo y el enchufismo han sido norma habitual de funcionamiento y ha creado una enorme red clientelar de estómagos agradecidos, que explica en parte los continuos éxitos electorales populares, a pesar de que muchos escándalos son de dominio público desde hace mucho tiempo.

Existe asimismo un sentimiento de pérdida terrible tras el cierre de la radiotelevisión autonómica, pero lo que sienten es la privación de una televisión y una radio públicas en valenciano, no tanto el cierre de Canal Nou como tal, ya que no era sino un vehículo al servicio exclusivo de propaganda del Partido Popular. En este sentido, no libran de pecado a muchos de los profesionales del ente autonómico liquidado por el presidente Fabra, que solo denunciaron la manipulación cuando vieron venir el desastre y que quedaban en la calle, mientras que hasta ese momento no se habían opuesto a la adulteración y falsificación de la información impuestas desde el poder político. En cualquier caso, interpretan muchos valencianos el cierre de Canal Nou como un paso más en el acoso y derribo a la lengua y a la identidad valencianas que se viene practicando desde hace años.

A pesar de todo, los valencianos, que son gente emprendedora y muy trabajadora, alegre y que gustan de la fiesta y el solaz necesario tras el trabajo bien hecho, seguro que sabrán recomponer su ahora un tanto maltrecha estructura social, aunque muchos de ellos son muy conscientes de que para empezar a desfacer el entuerto es imprescindible un cambio político que inicie una regeneración profunda de la administración autonómica y que incluso le permita al propio Partido Popular regenerarse pasando a la oposición, ya que es muy difícil que lo haga si sigue en el poder.

Por fortuna, una magnífica fideuà y un maravilloso allipebre d’anguila, regados por un memorable vino seco de moscatel de la DO Alacant  en una terraza con vistas al mar, son un bálsamo para las penas y te reconcilian con una tierra maravillosa que no ha tenido suerte en la lotería de los administradores políticos.

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