OPINIÓN

Hogueras frías

Emilio Arteaga | Lunes 08 de septiembre de 2014
Una de las características propias de los regímenes totalitarios es su aversión a la cultura. Puesto que no aceptan la discrepancia, imponen un sistema de control absoluto y censuran todo aquello que consideren que se aparta, ni que sea mínimamente, del discurso oficial. Uno de sus objetivos básicos es sojuzgar a las elites intelectuales y culturales. Todo aquel que no acepte seguir la línea oficial, o callar, debe exiliarse o padecer persecución, incluso con riesgo para su integridad física y para su vida. La creación de una cultura “orgánica” y de intelectuales de cabecera que loen las excelencias del régimen, es una de las primeras tareas a las que se dedica una dictadura, simultáneamente a la persecución de la disidencia.

Una de las formas más visibles y ejemplarizantes que históricamente han utilizado para desanimar la oposición es la quema pública de libros. Sin retrotraernos más allá del siglo XX, lo hizo la Alemania nazi, la Unión Soviética , la Italia fascista, la China de Mao, la España de Franco y “tanti quanti”. Por supuesto, todos estos regímenes criminales no se contentaron solo con las hogueras librescas, también encarcelaron, torturaron y asesinaron a los escritores e intelectuales que les parecían “peligrosos”, algunos incluso a pesar de comulgar con la ideología del sistema. Y a los que no liquidaron físicamente, los condenaron al silencio, a la frustración y al exilio interior. Solo se salvaron los que callaron o los que se fueron.

En los sistemas democráticos, en cambio, la libertad de expresión es consustancial y la censura inaceptable. Ningún gobierno democrático digno de tal nombre es compatible con la censura, ni, mucho menos, con la quema de libros.

Hace unos días la filial del Instituto Cervantes de Utrecht, parece ser que por instrucciones del gobierno español, suspendió, sin previo aviso, un acto de presentación de la novela Victus, de Albert Sánchez Piñol. Parece ser que el contenido de la novela, situada en el momento del asedio de Barcelona y batalla final de la Guerra de Sucesión, en 1714, no es del agrado de nuestro dilecto gobierno. Como estamos en un sistema democrático, al menos formalmente, nuestros gobernantes no pueden proceder, como quizás les gustaría, al secuestro y quema de libros, de modo que recurren a lo que se puede considerar una hoguera fría, con la que pretenden que el libro se volatilice impidiendo su difusión.

Craso error, han conseguido el efecto exactamente contrario. Toda la prensa holandesa, y la europea, ha destacado tan execrable conducta y ha puesto el foco sobre la novela de Sánchez Piñol, sobre los hechos de 1714 y sobre los acontecimientos previstos en Cataluña en las próximas semanas.

Una de las características de los gobiernos dictatoriales es que la obsesión por el control de todas las formas de expresión cultural, cine, teatro, música, artes plásticas, y, sobre todo, literatura, es directamente proporcional a la escasez intelectual de los gobernantes y sus adláteres.

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